sábado, 31 de agosto de 2013

Capítulo IV: El zurrón de los sueños


Las montañas negras se extienden al norte. Crecen de una vegetación tupida y verde, que les hace de suelo. Sus bases van escapando del reverdecido suelo de muchos tonos y va mutando  desde el azul tornasolado hasta el negro. En la medida que asciende con bordes filosos y acantilados muy pronunciados se angosta y gana altura. Tanta, qué finalmente la cima queda invisible por una nieve blanca que se confunde con unas nubes para siempre.  
Las mujeres trabajan  formando círculos, algunos más grandes, otros más pequeños. Allí se encuentran suspendidas en el aire. Entonan un modesto himno entre susurros. Sus afinados movimientos dan curiosa coreografía al conjunto. Sus largos vestidos tapaban los pies desnudos. Las mujeres con unas caras de rasgos afinados,  ojos claros, cabellos lisos, largos,  blancos, llovidos sobre los hombros  desnudos.
Levantarán ambas manos por encima de su hombro derecho, las extenderán un poco, las juntarán por los dorsos, las mirarán un poco y mezclados entre risas y sollozos, juntarán las palmas y con delicadeza y ternura las bajarán suavemente, para depositar su contenido en un zurrón que llevan del lado izquierdo en la cintura.
Así lo harán incansablemente, una y otra vez. Para cuándo terminan de completar el zurrón, se acercará una joven esbelta, bañada de ropas plata con una corona que tiene un corazón de remate y unas estrellas diamantinas a su alrededor.
Tomará todas las bolsas de las cinturas, haciendo la vuelta por dentro de las mujeres y girando  hacia la izquierda. De las damas tomará el zurrón y para cuando lo hubiera deslizado suavemente hacia abajo, quedara uno vacío para que las damas puedan seguir con sus labores.  Al terminar cada círculo unos coloridos colibríes con gracioso vuelo, tomarán de la mano de la dama de plata cada bolsa.  Partirán en una extensa fila ordenada, cada uno con su zurrón, cada uno detrás del anterior, cada uno siguiendo una estrella brillante, que supera en tamaño y belleza a las demás. Una fila interminable que se pierde en la noche suave.
Las mujeres de plata toman descansos alternativamente. Se reúnen en un costado y conversan sin palabras. 
-        Este es un tiempo de tormentas, de sueños impasibles y complejos. Hacía tiempo que no veía unos zurrones tan cargados de pesadillas, espantos, gritos y sollozos.  

-        Es cierto –replicó otra que descansaba con ella- hay en ellos gemidos, desesperación, muerte.

-        En la era nublada, que precedió a la etapa negra, los sueños eran parecidos –afirmo una tercera.

-        Yo he visto sueños vertiginosos, atemorizantes, sobresaltados, pero nunca tan crispados, nunca he visto sueños tan intranquilizantes. Recuerdo la época del insomnio, el tiempo la tierra sin descanso, todos los zurrones eran parecidos a éstos.

-        ¿Te refieres al tiempo cuando la gente por no soñar estos sueños tremendos, decidió dejar de dormir, de descansar?

-        El tiempo al que después llamaron “de la humanidad sin sueño, sin descanso” el tiempo al que llamaron de la desesperanza.

Una joven, que parecía que hacía poco realizaba la tarea de recoger zurrones, dijo con la voz trémula:
-        No me angustiéis con vuestros relatos. Me han contado mis antepasados que fue una época oscura y penosa, de lágrimas en los niños, de sonrisas ausentes. Un clima de muerte y desolación. ¿Acaso estos zurrones anuncian nuevamente esta etapa?
Cerca de donde las mujeres formaban los círculos y trabajaban, había un manantial del que surgía un agua dorada. Un árbol dejaba caer su blanco follaje al espejo de agua que se insinuaba en uno de los bordes. Allí un hombre y una mujer, vestidos de oro, sentados en el piso, pasaban suavemente las palmas de las manos por la superficie del agua. No pronunciaban palabra. Sólo se los veía mover las manos en círculos y vertir unas lágrimas negras, que enturbiaban el agua.

-        Mira a los maestros. Ellos están tristes y sus lágrimas de luz, son ahora negras. Nada nos dicen, aunque sabemos perfectamente que los tiempos que se avecinan son malos. La última vez que lloraron así, fue cuando sobrevino el gran colapso.

-        Pero entonces estos mensajeros están llevando sueños de malos porvenires. ¿Hacia donde se dirigen?

-        A un lugar lejano, habitado por uno seres pequeños, pero delicados y amados por los maestros.

-        ¿Y cómo se llama?

-        Lo habitan los que fueron hechos de humus, los que fueron moldeados por Dios con lo que allí había. Los que fueron obligados a saber de nosotros sólo mediante la intuición. Les dicen humanos.

-        Pero podríamos advertirles, las aves llevan mensajes penosos, sus tiempos por venir serán oscuros.

-        No se nos permite intervención alguna. Aquellas deben tomar los sueños de los vapores del lago; nuestra misión es entregar los zurrones una vez completos. Las aves las entregarán a quienes los tengan que soñar y ellos… ellos tendrán que soportar lo que los sueños les digan.

El descanso ha terminado, se ponen de  pie y vuelven a recoger los sueños a su turno. Se sentía la tristeza en el ambiente. Los tiempos por venir, lo oscuro se avecinaba. Quedaban atrás esos sueños de luz que desbordaban los zurrones,  y las lágrimas brillantes de los maestros. Fuera lo quera que sucedería no sería bueno. Todos lo sabían, y aun así, continuaban sus labores en silencio.

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