lunes, 19 de agosto de 2013

Capítulo III: El encuentro


Mientras Oscuridad insistía en su miserable momento y ahondaba en furias y maldiciones,  Luz viajaba plácidamente por allí, para un arriba, para un abajo. Hacía pequeñas piruetas y reía de sus recorridos caprichosos y las alegres figuras de su recorrido.

La noche se achicaba y juntaba presión. Su encono la condenaba a una sustancia espesa, densa. Ahora no sólo le faltaba serenidad. Ahora era una informidad espesa prácticamente sólida. Así profundizaba su fanatismo. Su conjuro comenzó a repetirse una y otra vez.  Y de aquella existencia pacífica quedaba en ella, ya muy poco que no fuera tormenta, rencor yermo.

Sin advertirlo siquiera hizo un recodo, luego una recta a velocidad y mientras avanzaba y reía y sus ecos se expandían para todos lados, dio una vuelta hacia arriba, y luego se dejó caer mientras advertía unas cosquillas. La sonrisa tomaba todo su rostro espléndido. Cuando dejó de caer quiso doblar a la izquierda y de repente chocó de frente con Oscuridad.

No lo advirtió, hasta que la densidad de Oscuridad le hizo obstáculo a su discurrir sereno. Desconocía Luz aquella consistencia. No podía soportar el ambiente denso que oscuridad le proponía. 
-        ¿Quién eres? Le pregunto, curiosa a Oscuridad.

-        Soy tu madre, que maldice tu existencia. Contestó Oscuridad.

-        ¿Mi madre? ¿Y me maldices? ¿No está escrito que si fueras mi madre me amarás?

-        Eres arrogante. Replico oscuridad

-        Perdona si mis preguntas te irritan. Poseo una curiosidad que me cuesta refrenar. Simplemente voy por allí y todo me brilla, de todo quiero aprender más y más y mientras más me aproximo a las cosas, más me brillan, más me atraen. Toman entonces mi atención de manera cada vez más intensa, hasta que no quedan en ellas cosas por revelar. Para cuando puedo alejarme, aún a la distancia, entonces las cosas no dejan ya nunca de brillar. Sus detalles son visibles a millones de kilómetros. Todo cuanto hay en las cosas y una vez que de ellas queda todo revelado, entonces aparece la belleza espléndida, sonriente, y queda allí regalando su armonía a todo lo que en el basto universo hay.

-        Eres una hija bastarda. Has salido de mi vientre y odio tu existencia, que ha robado el amor de mi Señor. Ahora y por tu presencia, somos tres en pugna, por cuanto no cejaré en mi esfuerzo por terminar tu existencia. Jamás te perdonaré la disputa por el amor del Señor.

-        Nada te hice.  

-        No te hace falta. Has poblado mi interioridad de pena. La angustia que yo no conocía, se expande dentro de mí. Ahora sensaciones desconocidas, son comunes y el rencor y la ira y el odio han cambiado mi interioridad de manera definitiva. Son ahora la pena, la tristeza y violencia lo más corriente en mi vientre insondable. Has creado tormenta y desprecio y huracanes y caos y quiero ponerlo en todos lados, para que se lleven la paz que pueda quedarte del universo. Solo me inspira la venganza. Quiero verte sucumbir, arrastrarte en el vómito execrable de los infiernos hediondos a los que me has lanzado y que tu agonía convoque el miedo negro a los que se atrevan a desafiarme.  

-        Debo decirte que no comprendo cuanto dices. Describes un sinfín de tormentos para los que ni siquiera tengo las palabras. No podría repetirlas. Por cuanto nada de tus conjuros hay o estuvo en mí. Y no podría alojarlos ni queriendo. Más me surge de inmediato una conmoción interior: cuanto estarás sufriendo. Cuan apenante me resulta que al dolor limpio le hayas ocupado de tanta suciedad. Cuanto me preocupa que seas capaz de semejantes sensaciones. Y que en tu existencia puedas parir semejantes monstruos a los que luego arengas a que sigan sembrando por el mundo su cimiente pestilente. Te tengo por noble y de impecable linaje. Tu sangre, probablemente la primera, debiera llevar paz y un recogido silencio que permita escuchar a Dios. Sin embargo prefieres el ruido y el bullicio. La hojarasca y los chirridos y las quejas y las lamentaciones.

-        Todo cuanto esté a mi alcance, para extinguirte y más. No daré pausa y no dejaré lugar. Por donde vayas sabrás de mí. Recuerda que soy infinita e inmortal. De aquí hasta tu final no habrá paz.

-        Lo lamento. Quisiera ayudarte. Espero que el tiempo te devuelva tu origen noble y abandones este destructivo encono. Pero ahora debo partir. Atrae mi atención un recodo por allí y no quisiera perdérmelo retenida en esta conversación que no nos conduce.

-        Te deseo lo peor y pronto. Ya nos veremos.

Una estela dejó detrás de si Luz, mientras marchaba acompasando una música celeste.  Unos sonidos tenues, enérgicos, rítmicos. Sonidos dulces de instrumentos no creados, de armonías bellas, de proporciones perfectas. Vibraban en el centro de las almas en su lenguaje no palabreado. Tras de sí estremecedores ecos surgían del vientre de la oscuridad y centellas y huracanes y estremecedores gemidos.

El encuentro había acontecido. Los conjuros pronunciados. La guerra quedaría fundada. Excepto que Luz, no acepto la invitación y se retiró a sus confines. Ahora las cosas serían diferentes. Las batallas estarán para librarse en específicos momentos del tiempo por venir.

El mundo no puede tener la dualidad. Sólo será Oscuridad.

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