Mientras Oscuridad insistía en su
miserable momento y ahondaba en furias y maldiciones, Luz viajaba plácidamente por allí, para un
arriba, para un abajo. Hacía pequeñas piruetas y reía de sus recorridos
caprichosos y las alegres figuras de su recorrido.
La noche se achicaba y juntaba
presión. Su encono la condenaba a una sustancia espesa, densa. Ahora no sólo le
faltaba serenidad. Ahora era una informidad espesa prácticamente sólida. Así profundizaba
su fanatismo. Su conjuro comenzó a repetirse una y otra vez. Y de aquella existencia pacífica quedaba en
ella, ya muy poco que no fuera tormenta, rencor yermo.
Sin advertirlo siquiera hizo un
recodo, luego una recta a velocidad y mientras avanzaba y reía y sus ecos se
expandían para todos lados, dio una vuelta hacia arriba, y luego se dejó caer
mientras advertía unas cosquillas. La sonrisa tomaba todo su rostro espléndido.
Cuando dejó de caer quiso doblar a la izquierda y de repente chocó de frente
con Oscuridad.
No lo advirtió, hasta que la
densidad de Oscuridad le hizo obstáculo a su discurrir sereno. Desconocía Luz
aquella consistencia. No podía soportar el ambiente denso que oscuridad le
proponía.
-
¿Quién eres? Le pregunto, curiosa a Oscuridad.
-
Soy tu madre, que maldice tu existencia. Contestó
Oscuridad.
-
¿Mi madre? ¿Y me maldices? ¿No está escrito que
si fueras mi madre me amarás?
-
Eres arrogante. Replico oscuridad
-
Perdona si mis preguntas te irritan. Poseo una
curiosidad que me cuesta refrenar. Simplemente voy por allí y todo me brilla,
de todo quiero aprender más y más y mientras más me aproximo a las cosas, más
me brillan, más me atraen. Toman entonces mi atención de manera cada vez más
intensa, hasta que no quedan en ellas cosas por revelar. Para cuando puedo
alejarme, aún a la distancia, entonces las cosas no dejan ya nunca de brillar. Sus
detalles son visibles a millones de kilómetros. Todo cuanto hay en las cosas y
una vez que de ellas queda todo revelado, entonces aparece la belleza espléndida,
sonriente, y queda allí regalando su armonía a todo lo que en el basto universo
hay.
-
Eres una hija bastarda. Has salido de mi vientre
y odio tu existencia, que ha robado el amor de mi Señor. Ahora y por tu
presencia, somos tres en pugna, por cuanto no cejaré en mi esfuerzo por
terminar tu existencia. Jamás te perdonaré la disputa por el amor del Señor.
-
Nada te hice.
-
No te hace falta. Has poblado mi interioridad de
pena. La angustia que yo no conocía, se expande dentro de mí. Ahora sensaciones
desconocidas, son comunes y el rencor y la ira y el odio han cambiado mi interioridad
de manera definitiva. Son ahora la pena, la tristeza y violencia lo más
corriente en mi vientre insondable. Has creado tormenta y desprecio y huracanes
y caos y quiero ponerlo en todos lados, para que se lleven la paz que pueda
quedarte del universo. Solo me inspira la venganza. Quiero verte sucumbir,
arrastrarte en el vómito execrable de los infiernos hediondos a los que me has
lanzado y que tu agonía convoque el miedo negro a los que se atrevan a
desafiarme.
-
Debo decirte que no comprendo cuanto dices. Describes
un sinfín de tormentos para los que ni siquiera tengo las palabras. No podría
repetirlas. Por cuanto nada de tus conjuros hay o estuvo en mí. Y no podría
alojarlos ni queriendo. Más me surge de inmediato una conmoción interior:
cuanto estarás sufriendo. Cuan apenante me resulta que al dolor limpio le hayas
ocupado de tanta suciedad. Cuanto me preocupa que seas capaz de semejantes
sensaciones. Y que en tu existencia puedas parir semejantes monstruos a los que
luego arengas a que sigan sembrando por el mundo su cimiente pestilente. Te
tengo por noble y de impecable linaje. Tu sangre, probablemente la primera,
debiera llevar paz y un recogido silencio que permita escuchar a Dios. Sin
embargo prefieres el ruido y el bullicio. La hojarasca y los chirridos y las
quejas y las lamentaciones.
-
Todo cuanto esté a mi alcance, para extinguirte
y más. No daré pausa y no dejaré lugar. Por donde vayas sabrás de mí. Recuerda que
soy infinita e inmortal. De aquí hasta tu final no habrá paz.
-
Lo lamento. Quisiera ayudarte. Espero que el
tiempo te devuelva tu origen noble y abandones este destructivo encono. Pero ahora
debo partir. Atrae mi atención un recodo por allí y no quisiera perdérmelo
retenida en esta conversación que no nos conduce.
-
Te deseo lo peor y pronto. Ya nos veremos.
Una estela dejó detrás de si Luz, mientras marchaba
acompasando una música celeste. Unos sonidos
tenues, enérgicos, rítmicos. Sonidos dulces de instrumentos no creados, de
armonías bellas, de proporciones perfectas. Vibraban en el centro de las almas
en su lenguaje no palabreado. Tras de sí estremecedores ecos surgían del
vientre de la oscuridad y centellas y huracanes y estremecedores gemidos.
El encuentro había acontecido. Los conjuros
pronunciados. La guerra quedaría fundada. Excepto que Luz, no acepto la
invitación y se retiró a sus confines. Ahora las cosas serían diferentes. Las batallas
estarán para librarse en específicos momentos del tiempo por venir.
El mundo no puede tener la dualidad. Sólo será Oscuridad.
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