Yo creo en unos días. En unos días cálidos y fríos. En otros
grises. Otros oscuros.
También creo en días de alegría, en días de melancolía, de
duelos… en fin.
Creo en los días secos, en los húmedos, los humedecidos. En los
humedecidos me pregunto si dulcemente por lágrimas, o por sollozos de un corazón
lastimado.
Hay días trabajosos, días de trabajo, días de sosiego.
Hay días mágicos. Días para recordar. Hay días para borrar
del calendario, del almanaque, de la vida.
Hay días esperados, días para estar en espera. Días por los
que no se puede esperar.
Está el día de hoy, con su presencia concreta. Los días de
ayer y los porvenir.
Hay días en que canto, días en que callo, días en que grito.
Hay días que me atropellan y me hacen de todo sin siquiera
preguntarme.
Hay días que son largos, enormes. Los hay cortos.
Hay días a los que entro después de soñar. Días que no sé por
qué se transforman en pesadillas.
Hay días ganados, días perdidos, días inadvertidos.
Hay días de amor, de ensueño, de paz. Hay días inmensos y
profundos.
Días de cielos estrellados, celestes, iluminados por el sol y
por la luna.
Hay días que me levanto y me acicalo, desayuno y salgo. Y el
día se pone más o menos de acuerdo conmigo. Sin embargo hay otros que cuando
salgo se hacen hostiles y un desatino todo cuanto haga.
Cuando los días y yo no estamos de acuerdo pienso en mi
armario. Pretendo en ese momento que algo pasó en el instante de vestirme y elegí
mal el día para ponerme. Son esos días que se hacen eternos, incómodos, no sé dónde ubicarme, ni como
ponerme. Se me hace obvio que elegí mal ese día. No era la ocasión.
Otros en cambio pretendo que no manejo el armario de los días
y que en verdad el armario le pertenece a Dios. Entonces me imagino que Él nos
tiene reservados los días y los elije para nosotros. Nos los ofrece con la sencillez
que ha concebido el mundo del principio. Me imagino ya no un armario sino un casillero
donde se guardan prolijamente todos los días de la vida de una persona. Estos
están además dispuestos en un orden. Ese orden, como toda obra de Dios, es
perfecto. Después en la medida en que vamos creciendo, nos vamos apropiando con
la madurez, de lo que hay dentro del casillero. Para ese entonces, ya Dios no
interviene y terminamos por hacer toda clase de desórdenes. Me imagino que
tomamos días anticipadamente, que los usamos de manera inadecuada, que pasamos
por días destinados, a cosas importantes, distraídos y los
desaprovechamos. Es más a veces cortamos
por la mitad los días y los mezclamos construyendo verdaderos cocoliches. Incluso ni nos damos cuenta y reímos,
tristemente, en días que habría que llorar, o por lo menos sentir vergüenza.
Hay días, que cuando se encuentran avanzados ya, casi terminados,
advierto que me he equivocado. Esos los lamento.
Hay días que cierro los ojos y pido, como rezando, alguna
pista, antes de ponérmelos.
Hay días, que pierdo
todo control y me entrego libremente y toco, aunque sea por unos instantes, la
gracia de estar aquí, de estar en este día, contigo, con los que me importan.
Esos, en los que estas Tu y en presencia aquellos que amo y
siento que me aman.
Esos días, son los mejores.
Peregrino Selser
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