miércoles, 10 de julio de 2013

El armario de los días


Yo creo en unos días. En unos días cálidos y fríos. En otros grises. Otros oscuros.
También creo en días de alegría, en días de melancolía, de duelos… en fin.
Creo en los días secos, en los húmedos, los humedecidos. En los humedecidos me pregunto si dulcemente por lágrimas, o por sollozos de un corazón lastimado.
Hay días trabajosos, días de trabajo, días de sosiego.
Hay días mágicos. Días para recordar. Hay días para borrar del calendario, del almanaque, de la vida.
Hay días esperados, días para estar en espera. Días por los que no se puede esperar.
Está el día de hoy, con su presencia concreta. Los días de ayer y los porvenir.
Hay días en que canto, días en que callo, días en que grito.
Hay días que me atropellan y me hacen de todo sin siquiera preguntarme.
Hay días que son largos, enormes. Los hay  cortos.
Hay días a los que entro después de soñar. Días que no sé por qué se transforman en pesadillas.
Hay días ganados, días perdidos, días inadvertidos.
Hay días de amor, de ensueño, de paz. Hay días inmensos y profundos.
Días de cielos estrellados, celestes, iluminados por el sol y por la luna.
Hay días que me levanto y me acicalo, desayuno y salgo. Y el día se pone más o menos de acuerdo conmigo. Sin embargo hay otros que cuando salgo se hacen hostiles y un desatino todo cuanto haga.
Cuando los días y yo no estamos de acuerdo pienso en mi armario. Pretendo en ese momento que algo pasó en el instante de vestirme y elegí mal el día para ponerme. Son esos días que se hacen eternos,  incómodos, no sé dónde ubicarme, ni como ponerme. Se me hace obvio que elegí mal ese día. No era la ocasión.
Otros en cambio pretendo que no manejo el armario de los días y que en verdad el armario le pertenece a Dios. Entonces me imagino que Él nos tiene reservados los días y los elije para nosotros. Nos los ofrece con la sencillez que ha concebido el mundo del principio.  Me imagino ya no un armario sino un casillero donde se guardan prolijamente todos los días de la vida de una persona. Estos están además dispuestos en un orden. Ese orden, como toda obra de Dios, es perfecto. Después en la medida en que vamos creciendo, nos vamos apropiando con la madurez, de lo que hay dentro del casillero. Para ese entonces, ya Dios no interviene y terminamos por hacer toda clase de desórdenes. Me imagino que tomamos días anticipadamente, que los usamos de manera inadecuada, que pasamos por días destinados, a cosas importantes, distraídos y los desaprovechamos.  Es más a veces cortamos por la mitad los días y los mezclamos construyendo verdaderos cocoliches.  Incluso ni nos damos cuenta y reímos, tristemente, en días que habría que llorar, o por lo menos sentir vergüenza.
Hay días, que cuando se encuentran avanzados ya, casi terminados, advierto que me he equivocado. Esos los lamento.
Hay días que cierro los ojos y pido, como rezando, alguna pista, antes de ponérmelos.
Hay días,  que pierdo todo control y me entrego libremente y toco, aunque sea por unos instantes, la gracia de estar aquí, de estar en este día, contigo, con los que me importan.
Esos, en los que estas Tu y en presencia aquellos que amo y siento que me aman.
Esos días, son los mejores.
Peregrino Selser

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