Cuesta entender esta historia. Explicarla
requiere de esfuerzos para no mezclar los eventos, confundir los orígenes,
fundir los personajes. En cualquier punto de la línea de tiempo que nos ubicáramos,
podríamos encontrar elementos de esta historia, elementos que podrían pasar
desapercibidos, elementos prácticamente invisibles, a los ojos del observador
mundano. Incluso de tal magnitud, que allí podríamos engañosamente hacer pasar
el origen de esta trama de la que ahora soy llamado a dar testimonio. Debo reconocer
que la historia me ha metido en cuanta trampa ha podido y que he debido sobreponerme a
enormes lapsos donde permanecí extraviado en el sinfín de engañosos laberintos
que me tenía reservados.
Así llegue entonces a la
conclusión de que era hora ya de comenzar a narrar lo que he visto, lo que he
vivido y que en todo caso si algo fatal me pasara, o terminara extraviado en
esta denuncia, entonces alguien pudiera seguir con el trabajo de alertar sobre
esta existencia que sin duda, permitiría conocer y explicar que nos pasa. Victimas
somos de una lucha en la que no tenemos nada que ver. Una lucha por la
prevalencia de fuerzas más allá de nosotros. Fuerzas desencadenadas y
antagónicas que trascienden los tiempos, los lugares, la historia.
Imagino los primeros, los que
fueron los testigos iniciales, sus padecimientos, sus torturados pasos por la
tierra, sin siquiera saberlo.
Durante mucho tiempo, he estado
sumergido en bibliotecas, en fuentes posibles, que permitieran hallar en fin
pistas en el pasado. He tenido enormes hallazgos y enormes decepciones. Aun así
continué mi investigación. Me he topado con personas dementizadas, con
discursos erráticos, discursos a los que hay que prestar atención. Se puede ver
en ellos, datos testimoniales de contacto con la verdad. Acaso allí está la
explicación a la locura. Pobres gentes.
Ahora bien, después de mucho
reflexionar, el primer dato que encuentro hasta donde me ha llevado la
imaginación, está en las sagradas escrituras, en el viejo testamento. Por alguna
circunstancia, alguien ha puesto allí, lo que ha todo ha dado comienzo.
Hace mucho tiempo atrás, tiempos
inmemoriales. Cuando flotábamos en el espacio informe, un día y por obra de
Dios, se escuchó…
“Que haya luz, y hubo luz”. Es en este gesto de Dios, que todo empezó. La pretenciosa
luz se extendió por todo el universo. Tomó lugares inexistentes y los puso
visibles, borró en un instante el
misterio, lo insondable y lo dejo claro, visible, transparente. De esto fue tomando nota la Oscuridad, dueña
hasta entonces de todo cuanto existía. La oscuridad sempiterna, única habitante
del universo, se sintió amenazada. Esta nueva presencia la inquietaba. Temía perder
su absoluto dominio de cuanto existía. La preferencia de Dios. Al que
pertenecía y le pertenecía, sin debate. En su manera de ver ella y Dios eran lo
mismo. Siempre habían estado juntos y convivían en una eterna armonía. Nada podía
interponerse a esa armonía, a esa dualidad. Dios y la oscuridad. Gobernando todo
cuanto existía en el universo. Y ambos fluyendo con naturalidad, viajando a través
del tiempo, sin más.
La oscuridad guardó silencio,
mientras crecía en ella el celo, la envidia, la desconfianza. Fluía ahora contaminada de sentimientos
hostiles, de pasiones irrefrenables de extinción, de separación. Inmediatamente
nombró enemiga a la luz en su interior. Juro una guerra contra ella y prometió
no cejar en sus esfuerzos hasta que desapareciera. Las cosas debían ser como
antes, Sólo Dios y ella. La luz, solo podría traer pesar, sufrimiento, inquina.
Algo que nunca siquiera se había insinuado, pero estaba dentro de ella y de
tales espantos era responsable la luz, por cuanto Oscuridad nunca había sentido
sus sentimientos embargados en conmociones semejantes hasta entonces. Todo lo
perfecto del universo había mutado ahora a una calamidad naciente y expansiva.
La luz, traía miseria al corazón de la oscuridad. De esta miseria, creación de
Dios, era responsable la luz y como tal tendría que desaparecer, pagando con su
existencia, todo el mal que había generado.
Cierto día, Oscuridad, se
presentó ante Dios en queja:
-
Mi señor, ¿qué has hecho?
-
He creado la luz. El universo es muy hermoso.
-
Mi corazón es arrastrado por la pretenciosa luz,
a sentimientos desconocidos para mí. Me
veo envuelta y aturdida por su pretensión. Su falta de respeto, su arrogancia.
-
No te veas amenazada. Nada te pasará, me cuidaré de ello.
-
Pero, ¿hará falta que ande por todo el universo?
-
Debe contar con libertad. Déjala, llegará hasta
donde le plazca.
-
Es que toma mis lugares, pierdo mis dominios, me
siento aturdida por sus ruidos.
-
No te preocupes, hay en el universo lugar para ambas.
-
Es maleducada. Ni se ha presentado, se mete por
todos lados, he perdido totalmente intimidad.
-
Sabrás cuidarla, no temas. No se hable más. Ve a
tus quehaceres.
Oscuridad partió de allí, más decepcionada
que cuando entró. La tristeza inundó todo su ser. Agrias lágrimas, recorrieron
su rostro y humedecieron su ser. Pensamientos horribles se alojaron en ella.
Muerte, dolor, sufrimiento duradero. Todo mal que pudo imaginar, todo lo
desplegó en su interior. Se retiró un tiempo. Viajó a los
confines del universo, tratando de encontrar un poco de soledad. Estaba asfixiada,
desconsolada. Ahora debía tolerar a la luz, con anuencia de Dios. Este le había
vuelto la espalda, la condenó a soportarla. Impotente, inaceptable, permaneció
retirada.
Tiempo ha pasado, la oscuridad
quedó sumida en la desesperación, el odio. Tanto se dejó tomar por aquellos
sentimientos, que finalmente, no pudo ya encontrar qué era una cosa y qué era la
otra. Qué estaba al principio y que luego de la irrupción de la luz.
Ahora estaba tomada por el rencor
que la atravesaba en todo su ser, toda su existencia, se había transformado en
otra cosa. Una entidad perversa en la que habían crecido las mociones más
ofensivas, más desleales. Mientras más crecían en ella, estos sentimientos la
alimentaban y fortalecían en el perseguido fin de extinguir a su enemiga, de
malograr su existencia maldita y ladrona. Así, aunque lentamente iba perdiendo
paz, la fuerza que obtenía, le otorgaba coraje para la batalla que presentaría.
Lograría su objetivo mezquino y sordo. Ser la única, la compañera, la armonía y
el equilibrio de Dios.
Mientras más fuerte se sentía,
mientras más rencor lograba, crecía en ella una confianza absurda, un audacia
hacia una gran batalla de la que de seguro saldría victoriosa.
En esa batalla, probaría ella su
supremacía, ya que esta fuerza creada en la sola presencia de la luz, tenía
origen en su parte divina. Estos sentimientos y la fuerza que le generaban,
nuevos para ella, no podrían estar, si no fueran puestos allí por Dios. Estas
Fuerzas destructivas, las sembró Dios en ella, para proteger la dualidad, la
armonía, el balance perfecto, que por un instante Dios perdió de vista y
necesitaría de ella, para recuperar.
Así pergeñó su batalla, decidiendo
entonces que ganaría y llevaría muerta a la luz y la arrojaría a los pies de
Dios, para su regocijo, para recuperar lo perdido, para que todo vuelva a lo inalterado y eterno.
Ya había ensayado sus palabras. Su
ofrenda. Su humildad, de ropas raídas y cuerpo lastimado de la batalla, para
que su sangre ahora, forme parte del pacto con su Dios. El equívoco que ella
podría perdonar, aprovechándolo para sellar su pacto. Retomando un destino que
no debió cambiarse.
Ahora sólo está esperando el
momento oportuno.
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