Un camino de tierra, una
vegetación espesa que llega al borde, luchando por tomar para sí todo el
camino. El sol de la tarde, indiferente de todo cuanto sucede, camina a su
descanso. El cabello largo, agrisado y
llovido cubría todo el rostro. La piel arrugada de las manos se posaba en un
báculo rudimentario, pero de aspecto fuerte.
Sentado, simplemente observando
un cordón montañoso y agudo. Azul a más oscuro cuando ascendía, hasta una
corona de nieve y hielo. Majestuosas montañas. Un zurrón de cuero colgaba de su cintura y no
tocaba el piso.
Al llegarme cerca y silencioso,
como si hubiera podido advertir mi existencia, antes de verme
-
Quién eres?- Soy Peregrino
- ¿Cómo te llamas? -Peregrino, respondí lacónicamente.
- Que nombre raro… exclamo pensativo… ¿eres o te llamas? Agregó luego.
- Ambas. Mi nombre me fue dado y mi sino se ha cumplido.
- Sabes por qué te nombraron así?
No. Podría intentar explicarlo de
algunas maneras. Compartiré contigo mis impresiones alrededor de mi nombre. Más
no puedo dejar de advertirte que mis recorridos, mis intentos, no han sido,
para mí, satisfactorios. Las más de las veces llego a unas aproximaciones que
me impiden lograr paz.
Me invitó a sentarme a su lado. Así
lo hice, mientras compartíamos un trago
de agua.
Así me llamo, así me llaman, sí
me nombran y si bien me siento en el nombre y mis destinos, aún no logro esa
conexidad que me resulte armoniosa entre eso que soy, que me llaman y mi
naturaleza singular e irrepetible de estar en el mundo.
Reconozco el privilegio de la
vida. Puedo entender sin oposición, que hemos venido a este mundo con una
causa. También reconozco en esa causa que es más notoria para algunos que para
otros. Y se revela con facilidad increíble a algunos y otros intentan durante
toda su vida encontrarla y se les hace imposible.
Cuando pienso en ello me imagino
el universo lleno de nombres, de destinos. Luego veo un viaje cósmico, que en
determinados momentos, instante por instante va completando el rompecabezas de
la existencia en dimensiones de tiempo y espacio incomprensibles para nosotros,
y se reúnen en aparente desorden nombres y almas y lugares. Lo que se me
presenta caótico, lo atribuyo a mi propia limitación de soportar ese orden más
allá de mi, de mi modesta inteligencia. No por ello atribuyo todo cuanto sucede
a un destino prefijado para todos. Me resisto a pensar en todo lo escrito o
predeterminado. Pero reconozco que mi paso por el tiempo del universo colabora,
participa de algo más grande que yo, más importante que mi miserable
existencia. Que no lo pueda ver no me molesta en lo más mínimo.
Se me hace amigable que el viaje
es infinito. Que en esa apropiación de seres, de almas, de nombres, de
destinos, hay una sola cosa que no está escrita: Mi protagonismo. Somos puestos
en ese viaje por el continuo del universo. Hay algo que no me pertenece y que
es más allá de mi, pero hay algo que sí es bien mío. Lo que hace al mundo un
lugar bello y desafiante. Yo participaré en la medida de mis decisiones. Esa es
la generosa existencia a la que estamos condenados. No sólo no somos víctimas
impotentes, sino que participamos. Y que entre ver y no ver no hay diferencia,
porque lo que se pone a prueba y en testimonio es, si somos capaces de operar
en ese tiempo minúsculo en el que pasamos por la tierra. De hecho resulta
inaceptable un horizonte, donde se nos revele lo que debemos hacer. Puestos a
operar y detenerse en que no hay pistas que nos permitan conocer hacia dónde
debemos ir, es pedir un mapa. Me cuesta alojar esto. Me parece mejor, más bello
pensar que en esos recorridos, somos capaces de participar en el mapa. Muchas
veces, perezoso preferiría que no me pusieran frente al dilema. Me encantaría
que me ofrecieran un lugar, una dimensión, donde recurrir a encontrar las
instrucciones. Hay otras en que me
siento absolutamente incapaz de comprender, entonces me entrego, aunque sea por
momentos, y dejo que la desilusión, la apatía tomen partido, allí no estoy
caminando, sino siendo llevado en el río del tiempo y el espacio.
-
Aún no me dijiste de tu nombre…
Peregrinos eran aquellos que
vivían en Roma. Provenientes de países con los que Roma no tenía guerras, pero
no eran ciudadanos. También lo son aquellos en recorridos de fe hacia algún lugar.
Sin embargo en esta explicación u origen veo sencillamente la función, no la posesión.
Cuando me paro del lado de lo
adjetivo, me amigo más. Me reconozco más. Extraño, especial, raro o pocas veces
visto. Me acercan más a mi intento de lograr ser ese ser
indispensable, por cuanto estoy por alguna razón, que tiene varias dimensiones,
algunas comunes con la especie, humano. Otras relacionadas con lo singular lo
propio de la identidad, que permite poner mi propia impronta. Algo indubitable
que me pertenece y me hace único. Cuando leo adjetivos como adornado de singular hermosura, perfección o
excelencia, se me hace obvio, como cualquier ser humano.
Pero para no aburrirte diré que
me siento de paso. Reconozco mi imposibilidad de aquietarme en un lugar, en un
tiempo, en un espacio. Siempre andando, eso tiene su lado bueno y su lado malo.
De mi propia identidad me cuesta
encontrar aquellas cosas que me luzcan. De
eso siento más lo que se me dice que lo que yo mismo logro distinguir. Saber de
mí es un gran esfuerzo, no siempre me trae buenos resultados y muchas veces me
desagrada lo que veo. Creo que el tiempo ha sido generoso y ya no me enoja
tanto. Pero hay verdad en estas palabras. Hoy llevo con apropiada dignidad mi
nombre y sus consecuencias. Y ese a quien debo honrar está allí, ayudándome a
recordar que mis acciones y mi identidad son lo mismo, aunque con expresiones
diferentes. Cuando a cada paso recuerdo dejar la función, para que no me entorpezca
la visión del que soy, sufro un vacío al que aún me cuesta asignar significado.
No me resulta agradable y se me hace más fácil llenarlo que comprenderlo.
El viejo dirigió una amable
mirada. Me hacía esplendor ver tanta vida en unos ojos, tan
antiguos tan viejos.
El silencio se rompió cuando el anciano
dijo
-
Has llegado lejos. Sin embargo tu descontento
tiene razón. Aún te falta encontrar. Aun cuando no lo quieras, seguirás
buscando. - ¿Esto terminará en algún momento? -pregunté-
- Ve con tranquilidad por el camino del tiempo. Sí. Va a terminar. Y lo sabrás antes que nadie. Sin embargo jamás te detendrás. Sencillamente, perderás esa curiosidad. Cuando sea ese tiempo, dará lugar a una nueva armonía. Andarás por el mundo y gozarás de tu existencia y la del mundo. Serán uno y otro reunidos y verás lo que eres del mundo y lo que el mundo es en tu existencia.
- Muchos días deseo intensamente ese momento.
- Te sugiero paciencia. A propósito, no te apegues mucho a tu nombre. En ese momento ya no importará.
- ¿Y cómo voy a llamarme?
- Quien podría saberlo!
- ¿Cómo llamarías a todo cuanto existe? y luego..
- Vete ya, la noche se acerca.
Me levanté atónito. Para cuando tuve caminado unos pocos metros, al darme vuelta no lo vi ya más. Mi pensamiento se aceleró. A paso veloz volví a nuestro lugar de encuentro.
Lo busqué ansioso. Crecía en mí una desesperación asfixiante…
Olvidé preguntarle su nombre...
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