martes, 2 de abril de 2013

Paz


Ha pasado la pascua. Ha pasado como celebración. Intenta para algunos recordar el paso del Ángel exterminador y se lee a los judíos en Egipto pintando con sangre de oveja los dinteles y las puertas, para que en el Ángel exterminador sepa que allí no debe entrar a tomar el primogénito.
Para el cristianismo, pone en liturgia aquello de la pasión, muerte y resurrección de Cristo, en tierra de Jerusalén, en ocasión de celebrarse la pascua judía. Conociendo aún el destino que le esperaba y afrontándolo como hombre, para saldar la cuenta de los pecados de la humanidad y en su muerte salvarnos a todos.

Como sea, la pascua es uno de esos momentos en los que en el júbilo y la plegaria se nos ofrece la ocasión de la reflexión.
Para nuestro país, se conjuga en el marco de la próxima y cercana entronización de Francisco, en el medio de una crisis muy ruidosa de la iglesia católica. El Papa elegido es argentino. Es nuestro, es nativo, se hace próximo cercano, vecino, de la barriada, del subte o el colectivo. Es Celeste y blanco y azul y rojo, porque le importa un club de fútbol de primera, San Lorenzo de Almagro, a la postre fundado por un cura que tuvo la visión de a través del fútbol ayudar a los chicos a salir de las calles, allí a principios del 1900.

Veo a personas que habitan la ciudad. Los actores de la política y los sucesos que se desataron en las vísperas de la pascua. En los momentos previos. ¿Por qué nos haría mal que el Papa fuera Argentino? ¿Qué proyecto de país estaría en juego tan dramáticamente porque la máxima autoridad de la Iglesia católica sea argentino? ¿Cuál de todas las posibilidades enerva tanto a los actores argentinos como para incluso temer su nombramiento? Por fin ¿no podríamos contar con el cómo una persona de nuestra patria, aunque ya no nos pertenece, pero seguro nos conoce, nos entiende y descuento será probablemente más sensible?
¿Sería preferible que fuera entronizado en orden a una iglesia en crisis, rodeada de escándalo y no por sus méritos, sus reflexiones y su mirada inspiradora?

Me da cierto pudor. Voces representativas de la vida política de nuestro país enardecidas y altisonantes, llamadas a silencio, como si fueran llamadas a recato, por escuchar la andanada de disparates que han dicho y sobre las cuales se lanzó un silencio internacional y la sorpresa que los ha hecho reflexionar y por lo visto callar, frente a un exacerbado encono. Como si no pudieran ver más allá de las personas, de sus propias coyunturas pequeñas y mediocres. Una lástima.
Resulta luego pensar en ¿cómo lograr una vida pacífica? Pero encuentro que no tengo palabras a la mano para poder significar que quiero decir. Recurro al diccionario en busca de ayuda y allí encuentro la respuesta. Repasaré alguna de ellas a manera de ofrecerlas. Una vida pacífica, un poco de paz, me convocan las siguientes acepciones:

Situación y relación mutua de quienes no están en guerra. Como nosotros los argentinos, que parece no estamos en guerra, pero no vivimos en una relación de armonías.
Sosiego y buena correspondencia de unas personas con otras, especialmente en las familias, en contraposición a las disensiones, riñas y pleitos. Aquello de soltar un poco el concepto de que  quien nos rodea representa una amenaza de cualquier tipo.
Virtud que pone en el ánimo tranquilidad y sosiego, opuestos a la turbación y las pasiones. Y  entonces me miro un poco y e veo enredado en mis pensamientos de dominación, de envidia, de egocentrismo que descalifica al otro o lo ilegitima y entonces padezco una perturbación constante, por no poder madurar y aceptar lo que me toca, que es mucho más que lo que otros poseen o pueden y aun así, no logro sosiego.

Acaso entonces y sólo entonces me doy cuenta que aquella palabra tiene una fuerza superior a mis pronunciaciones mundanas. Nombrarla y tenerla presente, desearla, no es más que mera enunciación de intenciones sin aportar nada.
Allí veo que la pereza y la pobreza de mi análisis pasa por mi incapacidad de dar, de sacrificar, de soltar las miserables pertenencias que me encadenan y me quitan libertad. Obtener paz resulta imposible si no ponemos de nuestra parte. Rogar por la paz como si fuera responsabilidad de otros, es asumir que vendrá de afuera.

Paz implica renunciar y renunciar implica generosidad. ¿Quién pudiera dar a otros algo que para si no tiene? ¿Realmente somos sensibles y solidarios? O somos esos, que se desprenden de lo que no les pesa, de los que miran al otro vacío y sin alma.


Y luego y en ocasiones, pensamos en la pascua, en la navidad en tránsito corto, coyuntural, apocando lo humano y dejándonos llevar por un estar aquí, quejándonos de la falta de paz, porque nos impide estar aún más perezosos.

La idea del Ángel exterminador y de la pasión, muerte y resurrección, sólo a esas  ideas, le debemos un poco más que una súplica que no nos implica responsablemente.

No hay comentarios:

Publicar un comentario