viernes, 15 de marzo de 2013

Violencia de la información en Tiempo Real

 

 Estos tiempos, los que corren, son tiempos “real time”. Todo está sucediendo precisamente ahora. Por poder enmarcar esta afirmación, luego me distraigo en la pregunta de si lo que atrapa el hecho es la tecnología disponible, y entonces nos pone de manera instantánea frente a un intervalo inexistente entre lo que sucede y lo que vemos, oímos o leemos o, si el desarrollo de la sociedad y me refiero a un desarrollo completo y que apareja un desarrollo de la tecnología y entonces esos hechos siempre estuvieron allí, pero no había tecnología para capturarlos y difundirlos. Resulta luego de repasar que con independencia de su origen, nuevos o ya existentes, pero ahora capturados, la tecnología y otra vez me refiero a la revolución propuesta en los medios de comunicación masiva y la democratización en las formas de difusión, en tanto tecnología disponible para muchos y con cada vez menos restricciones, nos pone de frente a un mundo redondo, completo, diverso y expuesto. Es de esa exposición, que más o menos y siguiendo algunos matices, pocos distintivos, encontramos imágenes que permiten ver, en el mismo momento que está sucediendo, por ejemplo, en la trasmisión del incendio provocado por el choque del avión contra la primera torre gemela, un segundo avión que se dirige hacia la otra, pero que desde el punto de vista de la imagen, si no fuera por el humo, cuesta comprender que se trata de un segundo avión. La imagen, prácticamente cinematográfica era emitida en “vivo”. Es decir, estábamos mirando desde una distancia infinita, me refiero mi país, lejos, al sur de América, como un enorme avión, metálico, pintado de color azul y rojo se metía a gran velocidad, como una flecha, en la segunda torre del Word Trade Center. Lo estábamos viendo mientras sucedía. Y estaba pasando. Y dentro del avión, y dentro de ambos edificios estaba pasando que había personas muriendo, o a punto de hacerlo. Luego otras imágenes exhibidas más tímidamente, mostraban unos cuerpos cayendo desde las alturas. Cuerpos de personas que decidiéndolo o no, saltaron al vacío por el fuego o la muerte inminente. ¿Lo habrán intuido? Ejemplos más tremendos son los de los colegios rodeados de patrulleros y los chicos saliendo de aquí para allá y las detonaciones y luego el silencio. Inmediatamente un policía gordo, con cara de preocupado y circunspecto informando que el agresor que mató a 30 niños de un colegio fue neutralizado. Y unos adultos corriendo desesperados y unas imágenes desgarradoras que, daban cuenta por si mismas, de lo que había provocado esa acción inexplicable de jóvenes armados, en los colegios, matando niños y otros jóvenes.
Mientras tanto aquí en el sur, poco tardo el aparato de comunicaciones en montar una trasmisión en vivo, de un accidente monstruoso, en la estación de Once. Estaba sucediendo en ese momento.asando que la gente se encontraba atrapada en un amasijo de escombros, de hierros retorcidos. Estaban allí, a la vista de todos. No se podían mover, estaban atorados entre los fierros, gritando y sus caras y sus voces se metían por las pantallas y por las radios se escuchaba el alboroto de los rescatistas y los bomberos y las personas gritando. Faltos de cualquier pudor y vaya a saber detrás de que valor, incluso algunos de los cronistas, se acercaban, intentando la impostura de la preocupación, de lo que nos concierne a todos, hablar con una persona atrapada. Y le preguntaban y lo exhibían y lo fotografiaban. Y luego algún policía corriendo al cronista, teniendo que cuidarse, porque estaban grabando, pidiendo que tomaran distancia. Detrás de la imagen de la persona colgada, abajo yacen cuerpos de una cantidad increíble de muertos, que por suerte no estaban a la vista. Porque sino, los hubiéramos visto. Personas de trabajo, muertas, apiladas, ofendidas o profanadas, incluso en la intimidad de una muerte no buscada. Un horror.

Todo pasa ahora mismo. En este instante y está ofrecido a nosotros para que lo miremos y si no nos interesa cambiemos de canal. Esta es la propuesta. Si no te gusta, con pulsar el botón, podés hacer zapping y listo. Podes ignorar la información, cambiar el dial o no leer el diario.
Sin embargo, hay algo que no podemos advertir. Por encender la tele, o la radio o la tapa del diario, no alcanza para justificar que tengo que la opción de elegir. De hecho no es cierto. Porque cuando me siento a la tarde a tomar un mate y aprieto el botón “power” del televisor, no tengo ninguna opción.
Cuando miro la tele después de la cena y me muestran a jóvenes borrachos, en trifulcas imposibles. Cuando bajo el formato de “la noche de tal lugar o tal otro”, muestran y repiten violencia, robos, crímenes. Y una voz relata, luego un círculo agranda las imágenes o un cartelito indica lo que pasa o se subtitula un diálogo. Entonces resulta que para eso, que me sorprende, porque yo abro la pantalla con el botón, entonces, ya no sé de qué libertad me hablan. Y esto no lo pienso desde el lugar de negación. Pero pienso que  soy empujado, diría sin preguntarme, a ver algo que, para cuando me doy cuenta, ya es tarde. Ya lo vi. Ya tocó partes de mi intimidad. Hace vibrar mis miedos. Refuerza mis inseguridades y da sustento a mis fantasmas.

Pero si es increíblemente cruel, si muestra la miseria y el espanto. Si es lo suficientemente escandaloso, entonces lo veré de distintos ángulos. Porque al cambiar, veré lo mismo, pero desde otro ángulo. Cada ángulo mostrará el círculo de las cámaras alrededor del sujeto o la situación. Para poder ver las noticias, por decirlo, o si quisiera ver el pronóstico del tiempo, no podré saltar este modesto trago de realidad que nos muestran, hasta diría por obligación.
Lo que luego resulta espeluznante, es que se diga que la gente es morbosa… que la tele es el reflejo de lo que pasa y que la sociedad tiene la tele que se merece. Que las cosas ellos no las inventan, que como son periodistas tienen la obligación de mostrarlo y seguidito hablan de la ética y de la obligación de informar.


Entonces, es ése el momento en que yo digo “me hartaron” y busco una serie extranjera en la que unos tipos bien ajenos, distantes, desconocidos, están dispuestos a tirarse una torta a la cara, para llamarme a risa. Entonces me rio un poco, el rato se hace agradable y me voy a dormir.

Digo por no llegar a mi descanso cada noche con las caras demudadas de los afligidos por los crímenes, las muertes incomprensibles o los efectos desbastadores de la droga en unos pibes a los que se les hacen extensos reportajes, enfocando a las bolsas con pegamento, o mostrando las casas de los consumidores de paco.
Debe ser que me siento más viejo, pero prefiero poder decidir antes y no después. 

Prefiero abstenerme de pensamientos oscuros al cerrar los ojos. Para poder viajar al mundo de los sueños no orientado a las pesadillas de las deudas del mundo. O no siempre o no cada noche. O no a cada momento.

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