miércoles, 5 de diciembre de 2012

UNA MUERTE VIVA


¿Mi propia muerte?

Eventos de una vida común y silvestre. Pasados a la forma de persona afectada y conmovida, me ponen sobre el tema de la muerte.
Si tuviera que prepararme para mi propia muerte, debiera comenzar por preguntarme ¿cómo llegar allí? Por empezar quiero llegar enfermo. Con una biología que vaya indicando el fin del ciclo de la carne, dando lugar a alojar, que este cuerpo, a lo mejor envejeció y es hora de dejarlo ir. No lo  podría afirmar, pero de poder preferir, preferiría que esta enfermedad no me deparara dolores innecesarios. Me propongo llegar con alguna dignidad, con lo cual, supongo que alojare la enfermedad y creceré con ella, pero sin entablar batallas innecesarias. Detesto las cosas fuera de programa y las sorpresas. Ahí reside que no quiero irme de aquí súbitamente, con la agenda cargada de cosas y con pendientes por hacer. Irse prolijamente, sin escándalo, serenamente. Para ello es menester que esté preparado. Preparar implica un plan y un evento bien planeado, requiere de previsiones. Así me dispondré a listar algunas cosas, lista ésta provisoria, que sin embargo me permitirá, ir dándole forma a ese momento.
 
Para empezar tendría que pensar en donde poner todo ello.  Supongo que, como corresponde, bastará un morral, que me proveerá el espacio que necesite. Ocasionalmente podría ser un bolso. Aunque le llamaré zurrón. No pienso que necesite más. Una valija sería inconveniente y pesada y la sola idea me genera como un “mucha cosa”.
Cómo me imagino?  Me imagino yaciendo en una cama. Plácidamente. Sin melancolía.
Aceptando lo que me ha pasado y lo que estaría pasando.
Sin arrepentimientos. Se habrá hecho lo que se ha podido.
Me imagino libre y a todos librados de estar por otra razón que el amor, en ese momento.
Me sentiría aliviado. La inmortalidad me resulta insoportable y las alternativas de mi vida, generosa y atractiva, también son agotadoras, con lo cual no estoy seguro de que sea sólo el cuerpo el que quiera descansar.
No creo que llegue huyendo. Pero quien sabe. Sin embargo he afrontado la responsabilidad en cada momento y no me ha pesado, sabiéndome allí al siguiente día, con lo cual, por que preocuparse, si ya no estaré.
Pretendo no ser una carga para nadie. Espero poder solventar mi propia existencia y mis últimos años. No me molesta la idea de ir a vivir, en el final, en un lugar donde, sólo sea una carga de trabajo para unos extraños y no para mis seres queridos. Espero no ocasionarles gastos. Ni disgustos, ni recargas, ni tortuosas responsabilidades. 
Debo reconocer que no me convence la idea de morir en mi casa, en mi cama, ni rodeado de mis seres queridos.
No pretendo morir en los brazos de nadie, ni que lo que fuera mi hogar, se transformara en un moridero, mucho menos si queda alguien después de mí.
No me gusta la forma nostálgica impregnada en las paredes, de los muertos resistidos.
Debo reconocer que no me importan las materialidades de mi identidad. No me convoca la idea de pensar en qué será de mis cosas cuando ya no esté. Esas cosas tienen de mí algunas particularidades y prefiero que se fueran conmigo. El “mi” que esta en ellas será de mi recuerdo, en cuyo caso, ya no tienen, ni revisten ningún valor para mi. Es decir que una vez que me hubiera ido a morir a donde corresponda, también me habré librado de ellas y de la responsabilidad de cuidarlas.
Por último y antes de listar mis necesidades, parece pertinente declarar que la muerte para mi, no tiene un dejo devorador, ni final. No me invita a fantasmas, ni deudas, ni pecados irredimidos. Respecto de lo que pasa luego con mi alma. Es una reserva que me voy a permitir. Tengo alguna idea, pero la misma será la apropiada dimensión de lo íntimo y como tal también se ira conmigo.
Pero,  si necesitara un recuerdo agradable, echaría mano  al último día de séptimo grado. Recuerdo que lloré hasta el agotamiento. Como siempre pasa, aprendí el afecto que le tenía a ese espacio de mi niñez, solo cuando lo dejaba.
Si me dijeran que llevara un libro, me llevaría “el amor en los tiempos del cólera” y la “ética nicomaquea”.
Si tuviera que llevar música, me llevaría Joaquín Sabina, pero además un disco de pasta de mi padre:  “Tangos de Agustín Magaldi”.
Si tuviera que llevar una foto, me llevaría alguna de las fotos en la arena, mis hijos, mi esposa y el mar suave detrás.
Si tuviera que elegir una postal, me llevaría el atardecer plácido, con el sol de oro, tapándose despacio, silencioso en el mar y un café cortado y sándwich de jamón y queso, que Nelly haría con amor, para nosotros, mientras los chicos y sus amigos nadan en la pileta, indiferentes de ese milagro.
Para los momentos de sobria tristeza, la ausencia de mi padre cuando me hice médico, o cuando nacieron mis hijos
Para cuando me asalte el miedo, las manos de mi abuela firmes como cadenas, tomándome en su regazo,  aventando lo despiadado de la muerte.
Para cuando se me pida fortaleza, mis hijos, que intenté todo el tiempo, que no se me notara lo frágil que me ponen.
Cuando se me requiera dignidad mis logros, mis faenas, mis tránsitos.
Si me hablaran de oscuro y pronósticos… El optimismo de los momentos de incertidumbre y la esperanza. No puedo evitarlo, el futuro se me presenta siempre mejor.
Para contarle cosas íntimas: Cristina, aunque esté ausente.
Para estar con otros el Oso y Perón. Ellos saben.
Si me hablaran de un lugar, la quinta, bajo el árbol, los incontables domingos de café y licores después del asado.
Unas palabras para los chicos… Los amo sean felices, lleguen más lejos, mejor,  para que todo cobre sentido.
Unas palabras para Ceci, sos la mejor persona que he conocido!!!! 
Para mis hermanos, cuídense. Los quiero.
Si tuviera que decir de mis trabajos les dejaría esta frase:  “por fin los entrego involuntariamente a alguien que seguro lo hará mejor”.

Pero a la vida le quiero decir gracias. Gracias por cada lágrima, por cada alegría, por cada sorpresa.
Gracias por permitirme advertir, sutilmente, que hay cosas que me pertenecen y están allí en el mundo.
Gracias por dejarme salir de mis miserias, de mis vanidades un poquito hacia afuera.
Gracias por privarme de cosas y gracias por todo lo que me sobró y me da pudor.
Gracias por sacarme la ceguera de la vista y devolverme el sentido de lo verdaderamente valioso, lo esencial.
Gracias por mi sino, por mi nombre y mi destino. Espero no haberte fallado, distraído en las torpezas de mis mezquindades.
Gracias por el tiempo y la época que me tocaron, y por el tiempo y las épocas que pasaron y no vi y las que vendrán después de mi.
Gracias por darme la oportunidad de un adiós, un descanso y nuevamente anonimato.
Gracias por quitarme los pesos del vivir y devolverme a lo ligero, lo vago.
Gracias por verme en ellos y no verme en otros.
Gracias por estas palabras que soy capaz de narrar,
aun cuando sé, que tengo que seguir viviendo.

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