Entonces allí.
Caminando ingenua, descargada de lastre. Con un paso sereno, pausado, va la verdad. No se embadurna.
Ni tiene bisuterías baratas. Tampoco se envanece de joyas. De perfumes… de aromas que no le son
propios.
Se hace paso con
tranquilidad. No reclama ni linaje ni privilegio. No levanta la voz. No quiere
prioridad, ni camino alternativo. Sabe esperar. Como si no tuviera otro sentido
que el suyo. Va yendo a una orientación y la mantiene. Es entre tantas
diferente. Y es casi tan parecida a otras. Y otras que pretenden imitarla.
Sojuzgarla, aplanarla. Y ella divertida se presta al juego, sin oponer la menor
resistencia. Sabe que son puras intenciones. Es única. Es irremplazable. Insustituible.
Y es en esa convicción a la que por nada renuncia, que se deja tranquila
empujar, postergar, aprisionar en lugares oscurecidos a propósito. En espacios
reducidos. Ella es discretamente altiva. Comprende mejor que nadie la intensión
absurda de borrarla, de extinguirla. No lo lamenta. Ni siquiera pregunta. Una y
otra vez es desafiada. Una y otra vez es llamada a juicio, a escrutinio una y
otra vez es sometida al imperio de la impostura y la quieren despojar de sus
humildes vestidos. Con imprecaciones y reproches es reclamada y nombrada vana,
pueril, camuflada. La llenan de palaras. Puro palabrerío. La meten en
oraciones, en grandes discursos. En frases vacías y la dejan olvidada y confusa;
perdida en esa hojarasca, condenada a perderse. Despierta enconados
sentimientos en las otras. Es resentida y su presencia tensa necesariamente sus
rededores. Incomoda su silencio, su paz. Su profundidad es siniestra, pero sólo
para las otras, para las que no pueden salir de lo plano, de lo confuso.
Admite el
espacio. Comprende el tiempo y no la apura. No tiene estación. Florece con más
o menos calor. Brilla en las más tremendas tormentas y no quiere sangre en su
nombre. No guarda rencores, ni reclama venganza. Es digna de sí, de otros. Sus
heridas, sus estigmas, sus malos momentos, los va llevando mientras sigue su
camino y no maldice ni su suerte ni su paso. Su condición le basta. No pretende
más de lo que le toca. Ni se queja de lo que le dan. Es adusta y rechaza lo “de
más”. Concurre a las celebraciones con su traza y le conforma. No le gustan las
demasiadas luces, los caminos alfombrados. Desconfía de los grandes discursos.
Se retira discreta como llega y deja olvidados en los sitios todo cuanto le
ponen encima. Las flores le gustan en la tierra, en sus plantas. Las llama
muertas cuando han sido cortadas y celebra el amanecer y las estrellas con
igual alegría. Siempre comprende a las otras. Para ellas no tiene reproches. La
acusan de básica, de falta de abstracciones complejas. Le narran mundos
complejos que comprende, pero no la conmueven y entonces los acepta, pero poco
tiene para decir.
Junto con ella y
en mayor número, circulan las mentiras. Son tantas. Están tan bien vestidas.
Sus coloridas y atinadas prendas. Sus afeites delicados. Sus perfumes. Llevan
pequeñas bolsas llenas de objetos. Es increíble cuantos. Sorprenden. Parecen
tan pequeñas sus bolsas y sin embargo encierran tanto. Y hablan según
necesiten, entonces se las escuchan pausadas y tranquilas y hay veces
aceleradas y empujando una palabra a la otra. Apilándose en frases. Impresiona
verlas tan exultantes. El silencio las conturba. Ellas poseen brillo impropio. Son intencionadamente
iluminadas. Les molesta el sol y la noche y temen a una oscuridad que no
provoquen por sí mismas. Son pretenciosas. Arrogantes. Seducen todo el tiempo.
Seducen con palabras, con gestos, con perfumes, con promesas. Son ricas, lo poseen todo. Se
abren paso con prepotencia, son descuidadas de las formas y reclaman todo el
tiempo su espacio y una vez que lo logran lo cuidan con uñas y dientes. No ahorran en nada. Se hacen notar y
quieren concentrar la atención. Siempre tienen para decir. Siempre tienen algo
que ofrecer y son capaces de los más complejos recorridos.
Nunca tienen
tiempo. Les molesta la quietud. Le hace problema y mucho detenerse. Viven en un
aquí y ahora que prolongan hacia atrás en el tiempo y lo pretenden en el
futuro. Les gusta la jardinería
pero no tienen suerte. Siembran flores y cosechan malezas. Y una y otra vez. Y
no hay tierra ni estación de la recojan perfumes y flores. Tratándose de
árboles hay que ver como fracasan y robles y tilos se transforman en espesos y
espinosos arbustos secos. Hediondos. No se atreven a estar solas. Siempre las
acompaña una numerosa fanfarria y un enorme séquito de alcahuetes y
aplaudidores. Se ufanan de conocerlo todo y tienen interesantes cuentos a lo
largo de toda la historia. Se sienten siempre protagonistas y sus parientes han
participado de las más importantes gestas. Es increíble. Poseen una energía
inagotable. No se sabe si no pueden o no quieren dormir, descansar. Siempre están como intranquilas. Tensas.
Pero cuando se les pregunta, rehúyen la conversación, se apartan. No se
entiende, incluso hasta derraman grandes lágrimas y lloran y ríen por igual,
sin motivo.
Entonces estamos
nosotros que caminamos entre ellas. Es tan trabajoso encontrar la verdad entre
tantas mentiras. Es tan grande el compromiso que hay que estar dispuesto a
soportar para poder ver la verdad. Para ayudarse de ella y ayudarla. Tiene tan
poco para ofrecer. Es tan desinteresada en seducir, en acompañar y brillar.
Ella prefiere sencillamente acompañar y conversar de manera pausada, hacia un
amanecer y un crepúsculo. Detenerse en la magia de la savia, el sol y el agua,
que cae mansamente sobre los campos. Y va como la propia naturaleza orgullosa de no necesitar nada;
absolutamente nada… para ser bella.
interesante reflexión. suya o de otro autor? encontré este blog googleando un programa del canal encuentro: "Mentira la verdad" http://www.encuentro.gov.ar/sitios/encuentro/Programas/detallePrograma?rec_id=50585
ResponderEliminarsaludos
La reflexión es mía. Intento citar a los autores cuando los utilizo.
EliminarTomo como un elogio la palabra interesante.
Gracias por el comentario