viernes, 21 de junio de 2013

Peregrino


Un camino de tierra, una vegetación espesa que llega al borde, luchando por tomar para sí todo el camino. El sol de la tarde, indiferente de todo cuanto sucede, camina a su descanso. El cabello largo, agrisado y llovido cubría todo el rostro. La piel arrugada de las manos se posaba en un báculo rudimentario, pero de aspecto fuerte.
Sentado, simplemente observando un cordón montañoso y agudo. Azul a más oscuro cuando ascendía, hasta una corona de nieve y hielo. Majestuosas montañas.  Un zurrón de cuero colgaba de su cintura y no tocaba el piso.
Al llegarme cerca y silencioso, como si hubiera podido advertir mi existencia, antes de verme
-        Quién eres?
-        Soy Peregrino
-        ¿Cómo te llamas?  -Peregrino, respondí lacónicamente.
-        Que nombre raro… exclamo pensativo… ¿eres o te llamas? Agregó luego.
-        Ambas. Mi nombre me fue dado y mi sino se ha cumplido.
-        Sabes por qué te nombraron así?

No. Podría intentar explicarlo de algunas maneras. Compartiré contigo mis impresiones alrededor de mi nombre. Más no puedo dejar de advertirte que mis recorridos, mis intentos, no han sido, para mí, satisfactorios. Las más de las veces llego a unas aproximaciones que me impiden lograr paz.

Me invitó a sentarme a su lado. Así lo hice,  mientras compartíamos un trago de agua.
Así me llamo, así me llaman, sí me nombran y si bien me siento en el nombre y mis destinos, aún no logro esa conexidad que me resulte armoniosa entre eso que soy, que me llaman y mi naturaleza singular e irrepetible de estar en el mundo.
Reconozco el privilegio de la vida. Puedo entender sin oposición, que hemos venido a este mundo con una causa. También reconozco en esa causa  que es más notoria para algunos que para otros. Y se revela con facilidad increíble a algunos y otros intentan durante toda su vida encontrarla y se les hace imposible. 
Cuando pienso en ello me imagino el universo lleno de nombres, de destinos. Luego veo un viaje cósmico, que en determinados momentos, instante por instante va completando el rompecabezas de la existencia en dimensiones de tiempo y espacio incomprensibles para nosotros, y se reúnen en aparente desorden nombres y almas y lugares. Lo que se me presenta caótico, lo atribuyo a mi propia limitación de soportar ese orden más allá de mi, de mi modesta inteligencia. No por ello atribuyo todo cuanto sucede a un destino prefijado para todos. Me resisto a pensar en todo lo escrito o predeterminado. Pero reconozco que mi paso por el tiempo del universo colabora, participa de algo más grande que yo, más importante que mi miserable existencia. Que no lo pueda ver no me molesta en lo más mínimo.
Se me hace amigable que el viaje es infinito. Que en esa apropiación de seres, de almas, de nombres, de destinos, hay una sola cosa que no está escrita: Mi protagonismo. Somos puestos en ese viaje por el continuo del universo. Hay algo que no me pertenece y que es más allá de mi, pero hay algo que sí es bien mío. Lo que hace al mundo un lugar bello y desafiante. Yo participaré en la medida de mis decisiones. Esa es la generosa existencia a la que estamos condenados. No sólo no somos víctimas impotentes, sino que participamos. Y que entre ver y no ver no hay diferencia, porque lo que se pone a prueba y en testimonio es, si somos capaces de operar en ese tiempo minúsculo en el que pasamos por la tierra. De hecho resulta inaceptable un horizonte, donde se nos revele lo que debemos hacer. Puestos a operar y detenerse en que no hay pistas que nos permitan conocer hacia dónde debemos ir, es pedir un mapa. Me cuesta alojar esto. Me parece mejor, más bello pensar que en esos recorridos, somos capaces de participar en el mapa. Muchas veces, perezoso preferiría que no me pusieran frente al dilema. Me encantaría que me ofrecieran un lugar, una dimensión, donde recurrir a encontrar las instrucciones.  Hay otras en que me siento absolutamente incapaz de comprender, entonces me entrego, aunque sea por momentos, y dejo que la desilusión, la apatía tomen partido, allí no estoy caminando, sino siendo llevado en el río del tiempo y el espacio.
-        Aún no me dijiste de tu nombre…

Peregrinos eran aquellos que vivían en Roma. Provenientes de países con los que Roma no tenía guerras, pero no eran ciudadanos. También lo son aquellos en recorridos de fe hacia algún lugar. Sin embargo en esta explicación u origen veo sencillamente la función, no la posesión.
Cuando me paro del lado de lo adjetivo, me amigo más. Me reconozco más. Extraño, especial, raro o pocas veces visto. Me acercan más a mi intento de lograr ser ese ser indispensable, por cuanto estoy por alguna razón, que tiene varias dimensiones, algunas comunes con la especie, humano. Otras relacionadas con lo singular lo propio de la identidad, que permite poner mi propia impronta. Algo indubitable que me pertenece y me hace único. Cuando leo adjetivos como  adornado de singular hermosura, perfección o excelencia, se me hace obvio, como cualquier ser humano.
Pero para no aburrirte diré que me siento de paso. Reconozco mi imposibilidad de aquietarme en un lugar, en un tiempo, en un espacio. Siempre andando, eso tiene su lado bueno y su lado malo.

De mi propia identidad me cuesta encontrar aquellas cosas que me luzcan.  De eso siento más lo que se me dice que lo que yo mismo logro distinguir. Saber de mí es un gran esfuerzo, no siempre me trae buenos resultados y muchas veces me desagrada lo que veo. Creo que el tiempo ha sido generoso y ya no me enoja tanto. Pero hay verdad en estas palabras. Hoy llevo con apropiada dignidad mi nombre y sus consecuencias. Y ese a quien debo honrar está allí, ayudándome a recordar que mis acciones y mi identidad son lo mismo, aunque con expresiones diferentes. Cuando a cada paso recuerdo dejar la función, para que no me entorpezca la visión del que soy, sufro un vacío al que aún me cuesta asignar significado. No me resulta agradable y se me hace más fácil llenarlo que comprenderlo.
El viejo dirigió una amable mirada. Me hacía esplendor ver tanta vida en unos ojos, tan antiguos  tan viejos.

El silencio se rompió cuando el anciano dijo
-        Has llegado lejos. Sin embargo tu descontento tiene razón. Aún te falta encontrar. Aun cuando no lo quieras, seguirás buscando.
-        ¿Esto terminará en algún momento?  -pregunté-
-        Ve con tranquilidad por el camino del tiempo. Sí. Va a terminar. Y lo sabrás antes que nadie. Sin embargo jamás te detendrás. Sencillamente, perderás esa curiosidad. Cuando sea ese tiempo, dará lugar a una nueva armonía. Andarás por el mundo y gozarás de tu existencia y la del mundo. Serán uno y otro reunidos y verás lo que eres del mundo y lo que el mundo es en tu existencia.
-        Muchos días deseo intensamente  ese momento.
-        Te sugiero paciencia. A propósito, no te apegues mucho a tu nombre. En ese momento ya no importará.
-        ¿Y cómo voy a llamarme?
-        Quien podría saberlo! 
-     ¿Cómo llamarías a todo cuanto existe?  y luego..
-     Vete ya, la noche se acerca.
Me levanté atónito. Para cuando tuve caminado unos pocos  metros, al darme vuelta no lo vi ya más. Mi pensamiento se aceleró. A paso veloz volví a nuestro lugar de encuentro.
Lo busqué ansioso. Crecía en mí una desesperación asfixiante…
Olvidé preguntarle su nombre...

martes, 4 de junio de 2013

Aquellas Palabras Raídas, las que un día perdieron el Rumbo


Gran preocupación se respiraba en el viento que suavemente acariciaba las hojas de un diccionario. El olor de otros tiempos, parecía ahora un condimento inadecuado. La luz tenue descansaba su amarillo pálido entre las hojas sempiternas del código universal.
Allí como un encuentro de fiestas lúgubres, con raídos trajes, desorientadas, marchando desordenadas, topándose unas con otras. Los masculinos descuidados, faltos de modales pasaban indiferentes, empujando.
-        ¿Qué nos ha pasado? ¿Qué ha sido de nuestro brillo y nuestra preeminencia? ¿Dónde quedaron nuestras galas y dignidades?
Reunidas, acongojadas, apenadas, estaban allí,  preguntándose  las palabras.  De una punta a la otra caminaban, tratando de encontrar su lugar. En cuanto llegaban a un asiento donde reposar, que se les hacía conocido, recuerdo de otro tiempo, en seguida se sentían incómodas, inapropiadas, desubicadas.
      -        Yo he sido la reina de la fiesta durante milenios, pero ahora ni me reconozco, dijo la alegría.


-        Ahora me he transformado en este grotesco patético, sin modos dijo la sonrisa.

-        He quedado por ahí como un loco que sueña vanamente dijo el optimismo

-        Por mi han derramado sangre y lágrimas y he soportado opresiones largo tiempo, dijo la verdad

-        Este es mi tiempo y ustedes no pueden soportarlo, celosas –sentenció la mentira-

-        Yo me encuentro a mis anchas proclamó la banalidad

-        A mí todo se me presenta escaso, dijo el tiempo

-        ¿Me han visto a mí? Me están despedazando en episodios, mortificando mis entrañas y llenado mi cuerpo de porquerías bramó la naturaleza.

-        Por mí, sin mediar razones, ahora todos se afanan, lamentaba el placer.

-        Yo he quedado al final, soy un viejo fanático, desubicado maldijo el valor.

Dijo entonces la sabiduría en voz baja, suave, de manera pausada

-        El mundo ha entrado en una nueva etapa. Hay que tener paciencia. Tenemos que poder aferrarnos a nuestra convicción y linaje. Luego continuó diciendo a cada uno:

-        Hoy la alegría es risotada sin sentido. Aquello que en muchas las risas fueron carcajadas, son hoy exabruptos de una generación que prefiero lo exagerado.

-        No te quejes de tu suerte, reprendió al optimismo. Tú no eres sueño vano. Eres la convicción de aferrarte a lo positivo de lo porvenir, que haría sin ti la esperanza.

-        A la verdad le dijo: Tu brillo te será devuelto. Así siempre fue, has tenido mejores y brillosos momentos y otros oscuros pasos, donde se pretende esconderte. No lo lamentes. Está en tu sino.

-         No te ufanes pueril, sentenció  a la mentira, siempre has de durar poco. Estás condenada a la pretensión, sólo a eso.

-        Goza de tu paso luminoso en superficie. Pero ten la certeza que a tus anchas se le harán estrechas, cuando comiencen a cerrar los ojos y pensar un poco.

-         Y luego al tiempo: Para poder encontrar tu equilibrio, llámate a respirar. Encuentra tu ritmo. Te es tan propio, lo conoces tanto. No temas la velocidad a la que hoy quieren forzarte. Respeta tu propia marcha, desoye los consejos. Estas aquí y estarás para siempre.

-        Mi querida naturaleza, no temas. Es cierto cambiarás de forma, tendrás que recurrir a tiempo y renacerás, ya lo has hecho. En otros tiempos a tus entrañas llegaron los secretos más bellos del universo.

-        Tienes tú, placer un tiempo tan corto como la mentira. Al fin descubrirán que te agotas y desapareces en tu propia sed saciada. Les han hecho creer que lo eres todo y resultas tan efímero como el apetito que te engendra.

-        Mi viejo Valor no temas. Hay un grupo de gentes que aún te rinden homenaje y pleitesía. Es cierto, podrían ser pocos a tus ojos, pero la cantidad no es asunto. Sólo se necesitan los indispensables y viendo aún con mi cansada vista, ellos están allí.

Luego junto las manos, en una tímida plegaria silenciosa. Sin hacer ruido. Despacio, se acercó la esperanza. Pasó su brazo por entre uno de los brazos de la anciana que rezaba una oración inexplicable. La sensibilidad se vió atraída y tomó a la anciana del otro brazo. La intuición armó una trama y entonces y delicadamente se fueron acercando, siguiendo el mapa el optimismo, la alegría, el valor, el tiempo. No pudieron la mentira, lo banal, la risotada. Intentó, aunque sin éxito,  el placer.

Al pasar un tiempo las palabras se aliviaron. Todas reconocían sus renovados brillos. Todas encontraron sus viejos y familiares lugares. Luego de un tiempo, las lágrimas cesaron. De a poco fueron levantando las miradas. Encuentros luminosos de ojos vivos. Se miraban sin interrumpir el rezo que ahora era una plegaria multitudinaria, repetida, inspiradora. Las caras empezaban a tomar forma de duda. ¿Cuál  era aquella plegaria que se transformaba en la vuelta a la construcción de la felicidad? ¿Que inspiraba al esfuerzo para llegar con alegría? ¿Que estaban nombrando cuando decían aquella plegaria repetida?
Entonces todo tomó sentido y la luz se podía tocar en cada espacio. En un instante se vieron allí y repetían sin decir:

“Este es nuestro lugar. Donde nadie puede alterar nada. Estamos aquí y somos felices y no tenemos miedo. Estamos aquí dispuestas a esperar. Estamos donde Dios nos sembró. Estamos donde nacimos: en el corazón de un niño”.