Nos preguntamos ¿dónde esta lo humano del hombre….?
Lo reclamamos sin saber, acaso porque intuimos, que la pregunta incluye una inquietante angustia.
Ponerlo en pregunta nos ubica sobre si está efectivamente en nosotros. Pero
además con qué intensidad. Es atributo lo humano del hombre y está preguntado,
por ser suave… en realidad puesto en duda.
¿Por qué? ¿Cómo se ha borroneado? Que elixir hemos
estado ingiriendo, que de a poco, ha deslucido el brillo de nuestro rasgo de
identidad más conspicuo: nuestra capacidad de humanidad. Algo del orden de nuestra naturaleza. Me refiero
como esencia y propiedad característica. Si es de nuestra naturaleza también entonces
nuestra propensión e inclinación.
Nos metemos en
el día a día de nuestras vidas. Nos vamos moldeando con lo social a lo que
aportamos y tomamos de ello. Somos solos,
vacíos, grises. Reclamamos una y otra vez de los otros la falta de humanidad, a un afuera que, en lo narrado, no nos
incluye. Nos topamos con nuestros propios límites. El límite que nos pone en la discordia de
tener que seleccionar entre dos caminos: hacer el trabajo por lo humano y
propio de nuestra responsabilidad, o aceptar el mundo como algo no existente,
como si no fuera construido por todos y donde el cada uno de nosotros, formando
parte en nuestro consentimiento, arroja
eso que, como resultado, nos genera displacer, pero sólo por momentos. No podemos
reconocer por qué hay algo allí que no se comprende. Hacen lo indecible y nosotros aportamos
nuestra propia indiferencia para llegar a tener esa falta de sentido entre lo
que vemos en el mundo y nuestra propia impronta en ese mundo.
El mundo
habitado.
¿Por qué soy hombre? ¿Por qué soy humano? Y ¿cuáles son las dimensiones de la humanidad
en mí y en los otros, a los que veo inhumanos?
Se me hace
pronto la idea que soy hombre por cuanto soy vivo, pero ello no me diferencia
de los animales y otros seres vivos, tales como plantas y otros seres. Es decir la vida y el
movimiento lo son en común con los animales. Me diferencia de los animales que
el instinto en mi es un vestigio, un
recuerdo que me pertenece, pero no convoco. Soy capas de razón, intelecto, de juicio moral y libre albedrío. Soy
en el ser subjetivo, una cantidad de ideas de las que puedo dar cuenta y
trasmitirlas a otro, incluso por generaciones.
Cuando pienso
en la palabra hombre, me es imposible abstraerme a la pregunta: ¿de dónde vendrá
esta palabra? La etimología nos va a arrojar al origen latino de la palabra, y homo y humus son
extremadamente cercanas. El hombre es el de la tierra. Pero no que “es tierra o
viene de ella”, como en la religión
judeo-cristiana en el génesis. De hecho luego los romanos entierran a sus
muertos, para ratificar que de la tierra venimos y allí terminamos, dando
cuenta del ciclo de la vida; sino como “los de la tierra”, los que habitan la
tierra, en comparación con los dioses que viven en los cielos.
Así, esto nos pone en que soy hombre por que soy
distinto de Dios. Soy imperfecto, Mortal.
Una suerte de estar en el vértice exacto de la vida
en términos de nuestras construcciones biológicas, pero debajo de un ente
superior perfecto, infinito, inmortal. Eterno.
Decir por que soy humano se me hace más difícil. Necesito
algunos elementos que me permitan discernir rasgos de identidad inequívoca.
Me enredo en cuestiones que paso a detallar, por
puro repasar, de manera de poder encontrar una respuesta provisoria. Soy humano porque tengo vida… No. Hay otros seres que están vivos. De manera que es un principio que se aplica a los dos conjuntos así que no puede ser distintivo.
Para Sócrates
el rasgo de humano lo daba la virtud. Y la virtud era asumida como el saber
actuar bien. Este ser racional, puede dar cuenta de su vida de manera racional,
cuando la misma es escrutada sobre sí misma. El hombre se encuentra en
permanente búsqueda de sí mismo.
Para Platón lo
real y humano era el alma. Que era contenida en un cuerpo sensible. El camino
del hombre era en definitiva, su compromiso en dejar el mundo de los apetitos y
lo librado en el cuerpo. Cultivar su inteligencia y rescatar a su alma en busca
del ascenso a la perfección. El mundo de lo inteligible.
Para
Aristóteles la cuestión pasaba por una reunión de los dos elementos, pero sus
conclusiones me confunden un poco más. Aunque debo reconocer que sus conclusiones
sobre la vida virtuosa se me hacen un poco más satisfactorias que las que me
ofrece Sócrates.
Aun así, no
puedo terminar de comprender. Estas definiciones de personas ilustres que ni
siquiera sé si comprendo cuando leo sus trabajos, me satisfacen, por cuanto en
el mundo de las abstracciones no logro explicarme, ¿qué me hace humano?
¿Qué será en mi humano? Pienso… ah!!! Mi capacidad de amar.
¿Qué es amar? Aquello que Fromm decía respecto de
cuidado, responsabilidad, respeto y conocimiento? Luego intento ordenar mis
ideas. Si no me amo a mi mismo es imposible amar a alguien más. Pero puedo trabajar lo humano en mi, ¿pensando
en mi? Es obvio que lo humano tiene que ver con otros. Unos otros legítimos. Completos.
Como yo. Simétricos, iguales y capaces de las mismas alegrías, los mismos apetitos. Las mismas aspiraciones.
Sí, amarme a mi mismo, ya que nadie podría ofrecer
algo que no tiene. Pero además que esté en disposición de amar a otros. Hay personas
que se quieren y mucho, pero: ¿son incapaces de amar a otros? No. Sólo no se
encuentran en disposición. El amor es una fuerza que encuentra en su función,
amando a otros, su combustible humano.
Pasemos en limpio. Amar es humano, pero lo es en
referencia a otro.
Le pertenece a
lo humano la necesidad de justicia. Al hombre se le presenta de inmediato y de
manera nítida el sentimiento de injusticia, cuando ella se hace presente.
Hay un rasgo
de identidad indiscutible: la sensibilidad. Esa cualidad por la cual un ser
humano puede interesarse verdaderamente, de manera nuclear por lo que le pasa a
otro ser humano. En un compromiso profundo de su ser con ese otro que está
padeciendo o sonriendo y puede compartirlo. Esa posibilidad de ser conmovido es
en sí misma humana.
Es humana la
libertad. La propia y la ajena. Siento en el hombre una vocación de ser libre y
ofrecer libertad a otros. Como una convicción muda. Inmanente. Libertad en términos
de voluntad y acción.
También pienso
en la incapacidad del asombro. Luego reflexiono sobre la capacidad de maravillarse.
Esta posibilidad de asombro, tan peculiar en los niños. Se presenta sin ropajes
y es tan bella. Es en esa ingenuidad que aparece lo humano como capaz de captar
lo maravilloso del universo. Lo que nos hace tan pequeños frente al mundo y tan
grandes ante otros.
La ética le
pertenece a lo humano del hombre, probablemente de manera contundente. Me refiero
a la oportunidad de tamizar sus acciones, respecto de unos juicios, que le
permiten accionar en el mundo real de una manera y no de otra. Y en esa manera
de acción, intentar ubicar un equilibrio, un actuar virtuoso. Pero siempre
ordenados por el bien, que en palabras de Aristóteles es el fin al que todo
tiende.
Merece
particular atención la esperanza. Ese estado en nuestro ser en el que se nos presenta
como posible, aquello que esperamos. La esperanza es la expectación del bien. Es
un estado de espera en lo que está por
venir puede ser lo bueno, lo mejor.
Es diferente
del optimismo, que podríamos enunciar como la disposición de nuestro espíritu
para captar lo más favorable de las situaciones.
También es
humano el arte en sus distintas manifestaciones. Arte como expresión de lo
humano, de lo perteneciente a lo perfecto, hecho manifestación en el hombre.
Y por último, pero
provisoriamente, considero propio de lo humano su noción de muerte, de finitud,
de potencia parcial. Reconozco en lo humano la capacidad de sobreponerse a esa
idea. Y aun así, sabiéndose mortal, cuidar a sus hijos, realizar reflexiones,
construir su vivienda, su vestido, procurar un bienestar, ser capaz de amar, de
cantar, sólo o acompañado y reír y escribir un poema y ver más allá de esa
condenada vida actual, un futuro esperanzador al que se va con optimismo, para
por fin, arribar a una muerte y dejar detrás de sí, rasgos de sí mismo a través
de su descendencia y de las cosas pequeñas o grandes que habrá hecho, con una
noción abstracta radicada en un sistema de valores, que van trascendiendo de
generación en generación, los que terminan siendo principios, siendo estos
rectores de conjuntos, universos más allá de la vida de ese humano.
¿Esta es una época humana?
Imagino que si tomáramos a personas y les
preguntáramos, con más o menos tiempo y de manera más distante o más
aproximada, dirán que estos enunciados anteriores son humanos, incluso me
imagino que listarán algunos mas, que pude omitir, incluso clasificaran por
prioridades según sus propias creencias algunos de estos y otros.
Sin embargo si
está claro que la actualidad y la humanidad no son parecidas en nada. El mundo
actual demuestra como, lo que más luce, no es precisamente lo mas humano del
hombre y la brecha profunda que se produce entre la humanidad y la actualidad.
Así vamos por
el mundo intentando comprender nuestra desazón al ver cuan poco de nosotros
esencia, va en el mundo. Somos una presencia fantasma. Tratando de soportar la
invitación permanente a no recordar nuestra identidad. Empujados en marquesinas
y bisutería a incorporar una identidad vacía. Muerta. Como los objetos que nos
ofrecen.
Con el tiempo
vamos perdiendo incluso el nombre de esa sensación gris, diagonal, sofocante y
vacía; instalada en nosotros desde afuera, esforzándose desde dentro, que hubo
un tiempo atrás, nombrábamos melancolía.
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