jueves, 8 de mayo de 2014

Capítulo VII -Las tejedoras de destinos-

El anciano tenía todo el tiempo vivido haciendo huellas en su rostro. Las marcas del tiempo, implacable, hundían unos surcos en su cara que parecían no tener fin. Como si fueran dos brillosas confluencias, brillosos los ojos aparecían oscuros detrás de los pesados párpados. Ayudado de báculo se adentró por el sendero boscoso hasta llegar a la entrada de la caverna, que se disimulaba entre frondosos vegetales.
El aire estaba pesado. El calor de la tarde no se percataba de un ocaso, que se insinuaba en el sol apresurado de encontrar su cama en la tierra.
El hombre se detuvo. Con las dos manos en el báculo, repaso sus pensamientos. Inclinó la cabeza. ¿Estaría orando antes de entrar? Luego meneo un poco la cabeza a cada lado. Vacilaba a cada paso. Lento. Despacio sus pies iban avanzando de a poco, hasta que quedó devorado por la caverna. Unos candiles de aceite iluminaban tímidamente. Unas mujeres harapientas se paseaban como llevada por urgencias fantasmales. Fómites, susurros, ruidos de cacharros. Algún grito agudo.  El sendero estaba franco. Se paseaban por allí algunos pájaros negros, tenebrosos.
Finalmente sobre una roca más alta estaba allí, la presencia pura de Shiva, también nombrada como la tejedora. Una vieja leyenda la establece como una divinidad que posee el tercer ojo y 2 pares de brazos. Y una suerte de atributos que la acompañan a los que le asignan  distintos significados.

El hombre llegó al pie de la piedra y se prosterno, pronunció una oración murmurada, mientras hacía una honda reverencia. Luego su voz invadió bruscamente el silencio.
-Shiva, vengo a ti inmerso en profunda angustia. Los médicos me han dicho que padezco mortal enfermedad de inevitable y ominoso final. Hablaba entre quejidos. La voz se le atragantaba entre palabra y palabra.
Luego continuó:
-Moriré lejos de mi tierra, mis seres amados, mis atardeceres y mis dioses.  A polvo me convertiré y en recuerdos que no convocarán me transformaré. Y pronto, muy pronto, seré sólo olvido, sólo sombra. Efímera hojarasca de la naturaleza transformada.
Vengo a ti en suplica, en busca de respuesta. Mis pies y mi destino, me llevaron por el mundo y ahora me encuentro aquí en tiempos que desconozco, por tierra de extraños, sin tener certeza de nada, excepto de mi muerte que se acerca veloz. Las iniquidades del dolor del cuerpo no me conturban y puedo comprender mi propio karma. Sin embargo necesito preguntarte. ¿Hay algún modo de que el sedal del tiempo se alargue lo suficiente como para poder llevar este cuerpo enfermo hasta mi tierra? ¿Qué sacrificio puedo ofrecerte? ¿Qué penitencia pasar? ¿Qué oración debo rezar? Hazme el bien de contestar, quisiera poder despedirme de ellos los que amo, de aquello que recuerdo, de los dioses que me inspiraron.
La presencia de Shiva se encendió entonces. Los tres ojos de párpados caídos están ahora en movimiento y dirigen una mirada aguda, penetrante, poderosa al anciano postrado.
Los brazos comienzan a moverse y ondulan a los lados del cuerpo. Se mueven a ritmo, se mueven serenamente. Piden permiso al aire y son en sí una completa armonía. Dos brazos se elevan, las manos de delicados dedos se extienden en el aire, hacia un arriba. Las manos por sobre la cabeza se reúnen por las palmas. Los ojos ahora están extasiados en el anciano. Los otros brazos están adelante, las manos sobre las piernas que tienen la posición de loto, con las palmas hacia arriba. Y entonces las manos bajan, suavemente, ondulando. La una toma la del otro lado y las superiores las inferiores. Lo dedos se recorren, uno a uno, suaves danzan entre sí. El ambiente está ahora más denso. El aire es más pesado. La luz es muy poca, a pesar de la que emana Shiva.
Ahora las cuatro manos se separan. Las dos de cada lado y una encima de la otra, comienzan otro movimiento. Se reúnen por las palmas,  hasta que al fin las de arriba que están juntas dejan ver que va cayendo un cordón que tomarán las de abajo. Con una delicadeza extrema las de abajo, parecen cobijar aquel cordón, mientras le arrullan con su suave ondular. El tiempo parece detenido ahora, el cordón crece.
El anciano mira ahora los ojos que lo asedian y una mueca de sonrisa tímidamente se le asoma en las comisuras confusas de su arrugada boca.
El brillo se le contagia a la mirada. Y un halo de energía comienza a desprenderse del cuerpo. El anciano mira ahora las manos y el cordel que se le presenta de oro, de esperanza, de ruego.
En el tercer ojo de Shiva, una humedad blanca comienza a juntarse, hasta que desborda el dique del párpado único y como si fuera una estrella, entonces, una lágrima blanca se desprende, mojando el cordel tejido.
El anciano escucho entonces a Shiva, a pesar de un silencio infinito. Le hablaba sin voz, sin tono, sin silencio.
-En nada puedo ayudarte. Estas Lejos de tu tierra, de tus seres amados, de tus dioses. No lograrás despedirte. Estas muerto. Vete ya.
El hombre se puso de pie. Se apoyó en el báculo con las dos manos. La frente se posó sobre las manos. Luego lentamente, comenzó a caminar. Sin dolor, sin queja, sin llanto.

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