martes, 30 de octubre de 2012

¿Sómos Privilegiados?


Privilegiados… ¿Somos?

Me cuesta tomar posición sobre lo que nos ha ofrecido el desarrollo. Me refiero a los tiempos actuales.

Es sorprendente ver los cambios que se han producido en el ancho mundo de nuestro tiempo. Podríamos comenzar por establecer una diferencia entre la época pre ochenta y post noventa. Nos apoyaremos en estos puntos por el impacto que reconocemos sobre el fenómeno de las comunicaciones que aportan el desarrollo de la telefonía móvil y la expansión de internet. Ambas muestran esbozos en los años ochenta y se expanden a partir del noventa.

Me cuesta encontrar algunas dimensiones sobre las que podamos reflexionar. Al respecto pienso y es obvio que estos dos desarrollos nos han ensanchado el mundo. El mapa ahora  acorta su distancia con el territorio porque el acceso a internet a generado una verdadera incisura en el acceso a los conocimientos de las más atesoradas piedras filosofales, por cuanto una de las formas de reservar secretos, de aprisionar conocimientos, fue la distancia geográfica, la barrera cultural, los recónditos desarrollos, los accesos privilegiados. Es obvio que internet representa la caída del muro que se erigió durante siglos a los misterios del desarrollo de los conocimientos. Antes reservados para pocos. Antes reservados para algunos lugares. Antes publicados en papeles de circulación restringida.  El tiempo de los intercambios se ha acelerado. Nos encontramos ahora en una verdadera montaña rusa global. La información circula de manera homogénea a todo el planeta casi de forma instantánea. En los sistemas más desarrollados del mundo el correo tenía su propia cadencia y conseguir a alguien en un teléfono era cuestión de medios y disponibilidad de personas. Lo que limitaba en definitiva ambas variables. Hoy estamos literalmente posibilitados con hablar con quien quisiéramos a la hora que fuera en cualquier lugar del planeta. Me pregunto que será del correo formal, aquel de la gráfica manual que comenzaba con una salutación estándar, y un montón de decires trasmitiendo en el escrito, mucho más que el mensaje. La correspondencia epistolar nos ponía frente a un conjunto de nociones devenidas de la misma gráfica, la caligrafía, la prosa, la semántica. Hoy todo eso parece imposible y el mundo circula  a una velocidad tal, que hasta aparecen mensajes al pie de los e-mails recomendando no imprimir, en un esfuerzo ecológico, aquello que no fuera necesario. Nos hemos transformado en virtuales. Hemos pasado a la era digital.

Así la humanidad se encuentra hoy en el vértigo de lo exprés. Lo breve, lo veloz. Y en ese ritmo desenfrenado todo se desarrolla a la par. Los trabajos ya no son trabajos, las cartas ya no son cartas, los llamados ya no son llamados.

La tecnología, el conocimiento aplicado, ha ido montada en este maremágnum de velocidades multiplicadas por la disposición de información. Y aparecen carreras tecnológicas enfermantes. No hay nada en el escaparate de las ofertas, del modelo de consumo actual, que no sea viejo. Todo está en un  punto medio donde es lo mejor disponible aunque se está fabricando algo que dejará obsoleto cualquier avance logrado. Una locura.

No puedo tomar posición. Me cuesta. No estoy seguro. Agradeceremos los logros en comunicación? Enfermaremos de hiperconectividad? Estamos multiconectados y cada vez más lejos. Más distantes. Más mediatizados. Tomando distancia de lo que, de nosotros no dicho, iba en las cartas, en las elegantes grafías. En las lágrimas y sollozos de los amantes. Escribimos en base Arial 12, A4, justificado, autocorregido. Homogéneo estático impersonal. Se han  desarrollado tecnología y por satélite perseguimos las ballenas, en la desproporcionada cacería ahora hay en los furtivos elementos más eficientes. No podemos parar el calentamiento global. Provocamos la lluvia con cohetes y ahora los utilizamos para desencadenar sequía en los países vecinos sin hostilizar nada. Simplemente lanzándolos sobre nuestros territorios. Transformando en lluvia anticipada las esperanzadoras nubes.

No estoy seguro. Desarrollamos medicamentos eficientes. Mejores, más caros. Tenemos tecnología más precisa para poder diagnosticar antes y mejor a los pacientes. Pero en África subsahariana es lamentable ver como el sida infecta a más del 30% de la población, mientras unos señores debaten si se deben o no dar de manera gratuita los medicamentos para tratar la enfermedad.

Cómo estar seguros? La concentración genera una gran asimetría. El 80% de las riquezas en el 20% de las personas. O el ochenta por ciento de los habitantes del planeta excluido del sistema de la economía global. Marginados.

La modernidad nos trae avances, nos promete mejores estándares de vida. Pero para qué? Para quienes?.

Yo le quiero dar gracias a la tecnología y la ciencia que le permite al mundo algunas mejorías y me deben una respuesta sobre basurales, contaminación, marginación, pobreza.

Yo no quiero basureros por el mundo. Ni marginar lo malo. No que lo feo que se haga en los países periféricos. A mi no me gusta y me lo debe la modernidad una explicación sobre los efectos cancerígenos de las cosas que mejoran los rendimientos de las verduras y las carnes.

No estoy seguro… el gps me ayuda? A desvastar los mares? A cazar animales… No llegamos. No podemos esperar a pintar de rojo las pieles para aprender a defender la fauna. Y que los graciosos iconos de la moda dejen de usarlas.

No estoy seguro… hay información instantánea y no hace tanto hubo dictadores y unos señores mirando para otro lado haciéndose los distraídos.

El entretenimiento es una factoría de productos parecidos, industrializados. Se nos va la vida intentando comprender nuestra soledad, nuestra tristeza, nuestro vacío. Nos ofrecen llenarlo con productos chatarra. Nos llevan de vacaciones a los mismos lugares. Repiten semana a semana, contingente a contingente la misma rutina.

No estoy seguro. Me parece que no. Que no quiero un agua cristalina, contaminada río arriba, por unos señores, que nos contaminan las napas y ni siquiera viven aquí.

Unos chicos cartonean en mi barrio. Me miran y los miro. Y nos conectamos en las miradas. En las injusticias acalladas. Ellos descalzos. Yo sin frío. Me aterra saber que no pudieron elegir. Que formamos parte del mundo que los pone desvestidos, desposeídos. Soy un anestesiado más.

Luego pienso… que le debo a la modernidad? No estoy seguro se me hace que poco.

Que me debe la modernidad?
Un hombre nuevo.
Un hombre más humano, más justo.
Un hombre digno. Digno de Humanidad.

jueves, 18 de octubre de 2012

La verdad y la mentira


Entonces allí. Caminando ingenua, descargada de lastre. Con un paso sereno,  pausado, va la verdad. No se embadurna. Ni tiene bisuterías baratas. Tampoco se envanece de joyas.  De perfumes… de aromas que no le son propios.
Se hace paso con tranquilidad. No reclama ni linaje ni privilegio. No levanta la voz. No quiere prioridad, ni camino alternativo. Sabe esperar. Como si no tuviera otro sentido que el suyo. Va yendo a una orientación y la mantiene. Es entre tantas diferente. Y es casi tan parecida a otras. Y otras que pretenden imitarla. Sojuzgarla, aplanarla. Y ella divertida se presta al juego, sin oponer la menor resistencia. Sabe que son puras intenciones. Es única. Es irremplazable. Insustituible. Y es en esa convicción a la que por nada renuncia, que se deja tranquila empujar, postergar, aprisionar en lugares oscurecidos a propósito. En espacios reducidos. Ella es discretamente altiva. Comprende mejor que nadie la intensión absurda de borrarla, de extinguirla. No lo lamenta. Ni siquiera pregunta. Una y otra vez es desafiada. Una y otra vez es llamada a juicio, a escrutinio una y otra vez es sometida al imperio de la impostura y la quieren despojar de sus humildes vestidos. Con imprecaciones y reproches es reclamada y nombrada vana, pueril, camuflada. La llenan de palaras. Puro palabrerío. La meten en oraciones, en grandes discursos. En frases vacías y la dejan olvidada y confusa; perdida en esa hojarasca, condenada a perderse. Despierta enconados sentimientos en las otras. Es resentida y su presencia tensa necesariamente sus rededores. Incomoda su silencio, su paz. Su profundidad es siniestra, pero sólo para las otras, para las que no pueden salir de lo plano, de lo confuso.
Admite el espacio. Comprende el tiempo y no la apura. No tiene estación. Florece con más o menos calor. Brilla en las más tremendas tormentas y no quiere sangre en su nombre. No guarda rencores, ni reclama venganza. Es digna de sí, de otros. Sus heridas, sus estigmas, sus malos momentos, los va llevando mientras sigue su camino y no maldice ni su suerte ni su paso. Su condición le basta. No pretende más de lo que le toca. Ni se queja de lo que le dan. Es adusta y rechaza lo “de más”. Concurre a las celebraciones con su traza y le conforma. No le gustan las demasiadas luces, los caminos alfombrados. Desconfía de los grandes discursos. Se retira discreta como llega y deja olvidados en los sitios todo cuanto le ponen encima. Las flores le gustan en la tierra, en sus plantas. Las llama muertas cuando han sido cortadas y celebra el amanecer y las estrellas con igual alegría. Siempre comprende a las otras. Para ellas no tiene reproches. La acusan de básica, de falta de abstracciones complejas. Le narran mundos complejos que comprende, pero no la conmueven y entonces los acepta, pero poco tiene para decir.
Junto con ella y en mayor número, circulan las mentiras. Son tantas. Están tan bien vestidas. Sus coloridas y atinadas prendas. Sus afeites delicados. Sus perfumes. Llevan pequeñas bolsas llenas de objetos. Es increíble cuantos. Sorprenden. Parecen tan pequeñas sus bolsas y sin embargo encierran tanto. Y hablan según necesiten, entonces se las escuchan pausadas y tranquilas y hay veces aceleradas y empujando una palabra a la otra. Apilándose en frases. Impresiona verlas tan exultantes. El silencio las conturba. Ellas poseen  brillo impropio. Son intencionadamente iluminadas. Les molesta el sol y la noche y temen a una oscuridad que no provoquen por sí mismas. Son pretenciosas. Arrogantes. Seducen todo el tiempo. Seducen con palabras, con gestos, con perfumes, con promesas.   Son ricas, lo poseen todo. Se abren paso con prepotencia, son descuidadas de las formas y reclaman todo el tiempo su espacio y una vez que lo logran lo cuidan con uñas y dientes.  No ahorran en nada. Se hacen notar y quieren concentrar la atención. Siempre tienen para decir. Siempre tienen algo que ofrecer y son capaces de los más complejos recorridos.
Nunca tienen tiempo. Les molesta la quietud. Le hace problema y mucho detenerse. Viven en un aquí y ahora que prolongan hacia atrás en el tiempo y lo pretenden en el futuro.  Les gusta la jardinería pero no tienen suerte. Siembran flores y cosechan malezas. Y una y otra vez. Y no hay tierra ni estación de la recojan perfumes y flores. Tratándose de árboles hay que ver como fracasan y robles y tilos se transforman en espesos y espinosos arbustos secos. Hediondos. No se atreven a estar solas. Siempre las acompaña una numerosa fanfarria y un enorme séquito de alcahuetes y aplaudidores. Se ufanan de conocerlo todo y tienen interesantes cuentos a lo largo de toda la historia. Se sienten siempre protagonistas y sus parientes han participado de las más importantes gestas. Es increíble. Poseen una energía inagotable. No se sabe si no pueden o no quieren  dormir, descansar. Siempre están como intranquilas. Tensas. Pero cuando se les pregunta, rehúyen la conversación, se apartan. No se entiende, incluso hasta derraman grandes lágrimas y lloran y ríen por igual, sin motivo.
Entonces estamos nosotros que caminamos entre ellas. Es tan trabajoso encontrar la verdad entre tantas mentiras. Es tan grande el compromiso que hay que estar dispuesto a soportar para poder ver la verdad. Para ayudarse de ella y ayudarla. Tiene tan poco para ofrecer. Es tan desinteresada en seducir, en acompañar y brillar. Ella prefiere sencillamente acompañar y conversar de manera pausada, hacia un amanecer y un crepúsculo. Detenerse en la magia de la savia, el sol y el agua, que cae mansamente sobre los campos. Y va como la  propia naturaleza orgullosa de no necesitar nada; absolutamente nada… para ser bella.